Aprovechando en marzo los días de libre tránsito, fue posible visitar el nuevo Rishtedar, un restaurante que partió sencillito en calle Holanda, que se vistió de sari para Vitacura y que ahora pasa a enriquecer la magra oferta exótica de la comuna de La Reina. En Príncipe de Gales, casi al frente del Tavelli, se ha instalado con harta y colorida parafernalia, lo que hace más alucinante el viaje inmóvil. Es bonito. Y con un estacionamiento propio, lo que hace más cómoda la experiencia en una zona escasa en este tema.
In situ fuimos bien medidos (temperatura corporal) y atendidos (con postura de bindi, ese punto decorativo en la frente, para la dama), sentados en una de las mesas distanciadas de su exterior. Para empezar, un mix de verduras y paneer (ese quesito magro indio), rebozadas en harina de garbanzo y fritas: pakora mix ($5.830). De fondos, el hit para los vegetarianos: esas bolitas fritas de papa y queso, nadando en una salsa dulcecita y cargada a la castaña de cajú, malai kofta ($9.800). También cordero, mathan nilgiri ($14.900), de carne muy blanda en salsa de menta, cilantro y coco. Y uno de esos platos clásicos de batalla, de los populares entre los populares: butter chicken ($10.300), en una salsa atomatada y con un ligero picor. Y ojo con esto, que parece un fenómeno generalizado por la pandemia: el ají parece haber desaparecido del genérico de los restaurantes indios. ¿Problemas de rechazo en los deliveries? Quién sabe, pero es un hecho que la chilenización ha pasado por dos temas. Ese y el aumento de platos cargados al fruto seco y el coco en las cartas. Tan dulceros que somos, ¿no? En fin.
De postre, un muy dulce mix de kulfis, ese helado de leche condensada y otras, en este caso con sabores de mango, pistacho y almendra ($4.900). Lo único amargo en esta experiencia fue el precio del lassi, una bebida de yogur licuado que costó lo que un combinado de bar.
Unos días después, ya encerrados, se insistió con un delivery. La experiencia fue igual de buena, con una carta ligeramente reducida (por ejemplo, no tenían el arroz nimboo baath, con curry y semillas de mostaza, una de las sorpresas en la visita presencial, a $5.400). Primero que nada, una gran felicidad: reciben pedidos a partir de las 11:30 am (algo casi inédito). Se optó por unas clásicas samosas ($4.500), esas empanaditas fritas de papa, arveja y su acento de comino. Aparte de reincidir con el malai kofta y el butter chicken, se optó por sumar dos platos más baratos, un guiso de lentejas y otro de papas: dal tadka ($7.200) y achari aloo ($5.900). El segundo se suponía picante, pero apenitas. Tanto la legumbre como el tubérculo, muy sabrosos y cumplidores, pero el mayor rating en la mesa lo obtuvieron el pollito y las bolitas vegetales, que por algo se han convertido en favoritos y ya clásicos.
En ambas experiencias se escogieron panes de esos planitos fantástico-maravillosos: naan ($1.800) y tandoori kulcha (full cilantro y cebolla, a $3.000). Nuevamente con cero desperdicio y absoluta felicidad. Lo pedido llegó en una caja de cartón rosadísima. Pura evocación.
www.rishtedar.cl