Hoy, en la revista New Yorker, la periodista Kathryn Schulz, ganadora del Pulitzer, homenajea a los animales no humanos.
Hay amos que han recibido, como a hijos pródigos, a sus amadas mascotas que regresan después de semanas.
Describe animales navegadores: los gatos, los murciélagos, las focas elefante, los pingüinos emperador, los halcones de cola roja, los ñus de Sudáfrica, las polillas, los calamares… “en un grado u otro, todos saben navegar, y los científicos siguen perplejos sin saber cómo lo hacen”.
Algo saben, observan: migran las aves, las ballenas, las lagartijas avanzan sobre el agua, salamandras se hacen una pelota y ruedan cerro abajo, ciertas arañas construyen globos que las transportan. Algunos ejemplares van quedando atrás, la enfermedad y la muerte afectan a todas las especies.
Los salmones recuerdan el olor del agua del río donde nacieron y regresan después de años en el océano, incluso remontando alturas de 3 mil metros, nadando miles de kilómetros.
Las langostas (Palinuridae) espinudas, como las de la isla de Juan Fernández, pese a las corrientes y el suelo complicado del océano, marchan en filas rectas de 50 ejemplares, como escolares, tras aguas más templadas.
El gaviotín ártico inverna en la costa antártica y pone sus huevos en el Ártico: unos 80 mil kilómetros recorridos cada año. La vida.
Pero ¿cómo logran superar los obstáculos del clima, los cambios en los ruidos, las alteraciones geográficas, las variaciones de la luz solar, de las constelaciones del cielo, o los cambios en las aguas profundas de un vasto océano…?
Algunos animales apuntan a un objetivo lumínico o sonoro; otros, recuerdan puntos específicos; otros, siguen su brújula interior; otros, combinan sentido de dirección con distancias. Las autopsias no revelan el misterio.
Las palomas, las ballenas, las jirafas detectan frecuencias sonoras bajas para guiarse. Otras especies, como los tiburones, captan campos eléctricos.
Las hormigas Cataglyphis se ubican contando los pasos que las separan de sus nidos. Las abejas mielíferas saben que vuelan a 24 km/hr, y pueden regresar a su colmena sumando y restando las veces que tuvieron que aletear más o menos debido al viento.
Algunos humanos han triunfado: los polinésicos que llegaron a miles de islas, a Hawai, a Rapa Nui. Tal vez seguían las olas y sus formas, el viento, las aves, el Sol, la Luna, los planetas.
Kathryn Schulz advierte cómo la civilización interfiere con el desarrollo de nuestras habilidades de ubicación. Los cielos están contaminados, los padres restringen, por seguridad, la autonomía de sus niños; confiamos en nuestros automóviles, en las ayudas de navegación; cada vez tomamos menos contacto con la naturaleza… Todo eso amputa nuestro sentido de orientación.
Y ahora, la cuarentena nos restringe más. Es inevitable. Pero, cuando salgamos, algunos sobrevivientes practicaremos la dicha de perdernos, esperando encontrar a alguien, un hito geográfico o algún animal, que nos guíe de vuelta a casa.