Primero lo primero: la comida alemana que proviene del delivery del Guten Appetit del Club Manquehue es contundente y franca. Su gran sabor, las cantidades, el precio (en particular el de los postres) es como para insistir con ellos (en días de frío y chal, más aún). Su problema está en aquello que se conoce como “experiencia del usuario”. O sea, por lo menos en esta puntual, la atención en el mesón virtual no fue de lo más ideal. De hecho, todavía no llega un manjar que fue solicitado, pagado y alegado.
En fin. Ojalá mejoren en hacer más claro y expedito su procedimiento de pedido y pago (no se podía en línea, aunque se ofrecía la opción). Y ojalá que su WhatsApp no sea un frontón operado por un asistente virtual (y ahí quedó el alegato por el manjar. Cri cri). Eso sí: la información del seguimiento del pedido llegó a la perfección.
De lo arribado, un tartar ($8.350) maravillosamente aliñado, coronado con mucha alcaparra, pepinillo y cebolla picadas, flanqueado con mostaza rústica y mayonesa y pan pumpernickel. Una partida ya impecable, antes de caer en dos fondos que piden chimenea: un gulash al estilo húngaro ($9.200), cubos de carne blandos del verbo, un guiso con vocación más sopeada (como debe ser), acompañado de una mayúscula porción de spatzles (esos pirigüines de masa, aunque se supone que son gorriones chicos) salteados en mantequilla (= una hora en la trotadora). El otro fondo fue una porción de pernil ahumado, deshuesado y ligeramente ahumado ($9.500, por algo inventado en el cielo), acompañado de sauerkraut (repollo bien aliñado) y unas papas con piel saltadas en kummel (= otra hora en la trotadora). Ambos platos abundantes.
Para probar otra mano, un sándwich: una fricandela bien aliñada (mezcla de vaca y prieta, maravilla, a $6.500), con el queso justo, sauerkraut y mayo casera. Las papas fritas de comparsa, de las mejores: gajo grueso, con piel, crujiente por fuera (a pesar del viaje, oh sorpresa) y ligera por dentro.
Tienen ensaladas también, por si acaso. Hay una vegana.
De los postres (a $2.800 cada uno), una porción generosa de strudel, otra más pequeña (los gramajes vienen explicitados, por lo que cero sorpresa) de contundente torta de chocolate con mazapán y lo menos glorioso y algo más antiguo en su factura: un trozo de kuchen de migas.
Tienen también productos al vacío y conservas, con guisos, mostazas, embutidos y el manjar aquel que no probamos.
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