El protagonista y narrador de esta novela es un escritor de 42 años, quien luego de una ruptura amorosa decide alquilar una casa en el campo e intentar superar el dolor inmenso que le provoca la ausencia del ser amado (Ciro), lejos de la ciudad donde vivió con él (Buenos Aires), en una nueva circunstancia —una pequeña granja en Zapiola, una aldea en la pampa— y aferrándose al cultivo de una huerta.
Los llanos, de Federico Falco, cuenta, pues, dicho de un modo fácil, la historia de la elaboración de un duelo, el intento del narrador-protagonista de llenar un vacío (del otro y de la vida llevada con el otro) a través de un cambio radical, construyendo algo nuevo a partir de ese vacío.
Falco es bastante hábil en el relato de esta historia. El inicio es muy atractivo, una inmersión profunda en el centro de la historia. No señala, Falco, quién es el narrador, por qué se encuentra ahí, qué motivaciones tuvo para iniciar esa nueva vida ni por qué eligió ese lugar y esa actividad para construir un refugio. El relato crece desde el vacío inicial. Con una prosa escueta, simple, muy precisa, el autor instala al lector en la rutina de una persona que ha vivido en la ciudad y que trata de elaborar casi obsesivamente una huerta. El lenguaje del narrador es, sin embargo, preciso en términos agrícolas, sabe de plantas, de siembras, de cultivo, tiene un conocimiento sobre la tierra y sus quehaceres que no puede nacer simplemente de tutoriales de internet o de talleres acerca de cómo construir huertas urbanas. Es obvio que su mirada no es la de un campesino, pero su conciencia está concentrada en la huerta y parece manejar un conocimiento experiencial, que no pertenece al mundo de los libros, sino de la vida.
La presentación del narrador-protagonista, el personaje del libro, es la narración misma. En vez de informarnos de entrada quién es, Falco gradualmente, a medida que cuenta los afanes de este en torno a la huerta, va develando la historia, el estado de ánimo, la sensibilidad y los propósitos del personaje. Es casi como una suerte de biografía del narrador que va desplegándose a partir de su cultivo de una huerta en el campo en una remota localidad de la pampa argentina. Es nítido que el eje narrativo es el campo —no cualquiera— y el cultivo de la huerta. Con mucha precisión y detalle, Falco dedica dos tercios del relato a ello, a la descripción del paisaje y a las peripecias del cultivo de vegetales anuales. Es tal la concreción esmerada que pone en la descripción del trabajo de un hortelano que, en muchos aspectos, la novela, puede servir como un manual de instrucciones para construir una huerta, quizás uno de los mejores que se pueden encontrar en el mercado.
Es bastante razonable pensar que hay aquí algún vínculo con la gran tradición idílica de
Los trabajos y los días, de Hesíodo, o
Las Geórgicas, de Virgilio, aunque por el tono y los contenidos esta novela se aleja bastante del género de la literatura bucólica. El campo de Falco, si bien le entrega momentos de contemplación y belleza que va registrando en el relato, es un lugar duro, agreste, es un vacío de sentidos y un lugar de soledad, de encierro y de encuentro consigo mismo, donde el individuo se “arrepolla”, se vuelca al interior de sí mismo, cubriéndose ese corazón profundo con varias capas que lo protegen del exterior.
La novela, siempre extendiendo sus guías desde la huerta como fetiche narrativo, es un hermoso trabajo de la memoria, acerca del comienzo y el fin del amor y la importancia de la infancia. Como se intuía desde las primeras líneas, el narrador no es un citadino cualquiera, sino alguien que de niño y joven vivió en el campo, lo amó y, a la vez, huyó de él.
Los llanos es, así, también la historia de un regreso. Es muy conmovedora y delicada la manera como el narrador evoca su niñez en Cabrera, el campo —también en la pampa— donde se asentaron sus ancestros piamonteses, y donde él vivió con sus abuelos y sus padres. Hay de este modo varios llanos en este libro: Zapiola, la localidad donde en tiempo presente el personaje construye su huerta; Cabrera, el campo de sus ancestros; su alma devastada por la pérdida del ser amado y, en fin, acaso, el llano de la propia alma en busca de una identidad.
Como el narrador y personaje es un escritor, esta recomendable novela, escrita de modo impecable, esencial, pulido y directo, es jalonada con reflexiones agudas sobre el oficio de escribir, la incapacidad de la palabra para decir la pena y conjurarla y, quizás, la posibilidad de un escribir al modo de cultivar una huerta.