Es 1609 en el País Vasco, es de noche y la oscuridad se alumbra por las piras que arden con una mujer dentro: brujas, según el inquisidor Róstegui (Alex Brendemühl), que pese al recuento de 77 ejecuciones, le comenta a su consejero (Daniel Fanego) que deben seguir, ahora en busca de pueblos marineros, para descubrir lo que no encuentran: el rito del Sabbat.
Cuando interrogan lo hacen en “cristiano”, así es como le dicen al español, y ninguno entiende la lengua de las víctimas, jóvenes recién apresadas, donde alguna es aún una niña, que hablan en euskera.
Ana (Amaia Aberasturi) es la que lidera a Katalin, Olaia, Maider, Oneka y María, y por varios días resisten los maltratos, torturas e interrogatorios del juez inquisidor; en esas secuencias, la película algo dice de lo torvo de las preguntas y la maldad del prejuicio, porque para Róstegui el diablo está por doquier, también en las rondas, sobre todo en los bailes.
“Akelarre” es el título textual y es una película del argentino Pablo Agüero, que toma como base el libro “Tratado de brujería vasca: descripción de la inconstancia de los malos ángeles y demonios” que escribió el inquisidor Pierre de Lancre, que azotó el territorio vasco francés a comienzos del siglo XVII.
En la película hay seis mujeres vascas, varias tejen, todas cantan, son amigas y por cierto bailan.
Al frente están españoles bajo el reinado de Felipe III, el Piadoso, que en los reyes no es más que un decir: Róstegui es el inquisidor afiebrado, al borde de la crisis de fe y las peores tentaciones; el consejero y dibujante es cruel y ladino, y el llamado cirujano, un vulgar torturador con punzón y tijeras sin filo.
Lo de “Akelarre” es más grueso que roble vasco y no hay manera de perderse, ni con los equipos ni con el partido.
En este lado, la Santa Inquisición juega con la bestialidad masculina, la mentalidad fanática y los pensamientos morbosos.
En el otro lado de la cancha, seis jóvenes, entre los 14 y los 20, y algo de naturaleza inteligente, cantarina y solidaria.
Una cosa es el horror de la Inquisición y la persecución y quema de mujeres en cualquier religión, siglo y territorio, y otra muy distinta es resolver tan simplemente la oscuridad y maldad de una época.
Esto no llega a los géneros y su desigualdad, sino que se estaciona en una etapa previa: con esos equipos, digamos blanca inocencia contra verdugos perversos, la voluntad de contar y entender no existe, y lo que hay es un cuento burdo, con secuencias ridículas y vocación panfletaria.
Que “Akelarre” haya sido premiada y nominada en los Goya, el Premio Feroz y el Festival de San Sebastián se entiende por el afán de blanqueo de la industria y el arribismo de lo políticamente correcto, poderosos en tantas partes y no digamos en los festivales, donde suprimen el juicio, modifican el gusto y embrujan con su miedo.
“Akelarre”. España-Francia-Argentina, 2020.
Director: Pablo Agüero.
Con: Amaia Aberasturi, Alex Brendemühl, Garazi Urkola.
90 minutos. En Netflix.