Hemos concluido nuestro recorrido costero de este año almorzando en el Laguna Gourmet, donde cocina, con gran destreza, Patricia Kelly, cónyuge del propietario. Este es de los lugares atendidos por una familia, como otro que hubo cerca y desapareció, lamentablemente, por la peste. Se come bien en estos pequeños restoranes, bien servidos.
Aquí la modalidad es un menú que vale $8.990 y que consta de tres platos: entrada, fondo y postre. Hay, para cada caso, cinco o seis posibilidades de elección. En el caso de los fondos, aparte del lomo a lo pobre, se ofrecen varios tipos de pescado frito o a la plancha “con acompañado”. Esto nos sugirió, al entrar, una cocina do-it-yourself que aliviana la tarea del chef, pero adocena (y rebaja) la calidad del plato.
Pero, con muy agradable sorpresa, nos dimos cuenta de que no era así en este lugar. Como entradas pedimos una sopa marina de caldo sabrosísimo, servido en un “ramequin” de tamaño prudente (para entrada), con unos cuantos mariscos y espolvoreo de cilantro (novedad: traía el caldo un poco de arroz; no será tradicional, pero no está mal). La otra entrada fueron unos camarones ecuatorianos, pasados por la plancha, montados en sendas rebanadas de papa con salsa huancaína muy bien hecha, y su ensaladilla. Muy rico y sencillo.
Fondos. Un trozo de merluza austral frito, acompañado con papas lyonaise, es decir, salteadas con cebolla frita a la pluma (es un modo de describir esto, que es un clásico de la cocina francesa). Nos llamó la atención lo de las papas: que alguien sepa en Laguna cómo se hacen, y que las haga bien, es digno de encomio. Estaban muy buenas. La fritura del pescado pudo haber sido más seca y crujiente por fuera; pero la carne no estaba seca, que es un peligro constante de estos pescados.
Y el otro fondo, un muy perfecto lomo a lo pobre. Lomo de muy buen tamaño, grosor y punto de cocción (aquí tropiezan casi todos los cocineros…). La cebollita, frita y dorada a la perfección; un donoso huevo frito y una porción generosa de papas fritas en el momento, bien cortadas y crujientes, completaron este plato de la tradición chilena. Hecho con maestría.
En restoranes repipis llaman amenities al pan y demás pebrecitos que a uno le traen para entretenerse mientras llega el pedido. Generosa panerita y de buena calidad el pebre licuado, rico, con su toquecito picante. La mayonesa (en realidad, lactonesa) con ajo no estaba mal, pero habría estado mejor con un toque de aceite de oliva.
Postres. Un buen cheesecake con coulis de frambuesa, cuya masa fue un poco gruesa (nos pareció hecha con galletas) y un delicioso flan de la casa, que alcanzó a hervir un poco en el horno, sin que esto disminuyera el placer. Resumen: muy recomendable y barato. Buen servicio. Estacionamiento en la calle.
Abre todo el año, excepto los miércoles.
Carlos León Briceño 601, Laguna de Zapallar.