José Antonio Kast ya forma parte del panorama político chileno. Esta semana ha vuelto a ser noticia por sus propuestas en materia de migración: “Recuperemos Chile: plan para detener la invasión migrante ilegal”, se llama el documento que ha presentado al país. No han faltado los reproches. Para algunos, vendría a proponer un sistema trumpista de control fronterizo que, además, es impracticable. La suya sería la contracara de la actitud buenista de la izquierda. En su documento hay elementos humanistas mezclados con ciertas medidas draconianas, y la mezcla no parece lograda por completo. Otros destacan el hecho de que se atreva a enfrentar el problema.
Más que entrar en el detalle de sus propuestas, me interesa destacar el tipo de ambigüedades, desafíos y tensiones que enfrenta JAK.
A nadie le extraña que una agrupación política tenga un líder, siempre que posea una institucionalidad estable, y aquí los republicanos tienen una debilidad: hoy dependen demasiadas cosas de Kast. La formación de un partido es una tarea titánica, que supone un compromiso mucho más fuerte de sus adherentes de lo que quizá ellos piensan.
Resulta precipitado reprochar a estas alturas que los republicanos tengan mucho de circo pobre. Es lo propio de los comienzos. Sin embargo, hay cosas que no dependen de la falta de medios, y una de ellas es la identidad de su líder más connotado. Cuando uno conversa con él, se encuentra ante una persona agradable, que matiza y escucha. Sin embargo, en las redes sociales muestra una imagen distinta. El contraste entre las dos figuras deja abierta una pregunta básica: ¿quién es JAK?, ¿el político especialmente caballeroso en privado o el hombre que combate con cuchillo en Twitter?
Este tipo de disociaciones no son sanas. Cabe que el personaje de las redes termine por comerse al real, con daño de su credibilidad, lo que resultaría paradójico en alguien que en teoría viene a renovar la política. Los tonos destemplados pueden serle útiles para mantener contentos a sus seguidores en Twitter o para atraer la atención de la prensa, pero no para elaborar un proyecto viable a largo plazo. Es notorio cómo el estilo provocativo lo dejó fuera de juego en la crisis del 18 de octubre y lo hizo una oportunidad única.
Un peligro que amenaza a los conservadores (y a otros derechistas) es que, ante la estridencia del discurso de cierta izquierda —en especial, los disparates de la corrección política—, terminen por transformarse en una caricatura inversa. La lógica de las provocaciones no es una respuesta satisfactoria a las tonterías de la cultura de la cancelación.
Otro problema relevante reside en las fuentes de su pensamiento. ¿En quién se inspiran? ¿Cuáles son sus referentes políticos?, ¿Portales, Adenauer, Churchill, Jorge Alessandri, Jaime Guzmán, De Gaulle, Reagan, Bolsonaro o Trump? También cabe preguntar por sus fuentes intelectuales: ¿Burke, Bello, Novak? Ni en política ni en filosofía uno parte de cero, y aquí los republicanos tienen una larga tarea por delante, porque no todas estas figuras son compatibles entre sí. Asimismo, se espera de ellos que muestren un pensamiento conservador que no sea meramente reactivo ni se limite a temas de familia y aborto. Esta labor intelectual resulta particularmente difícil, porque en este momento tienen que constituir el partido a lo largo de todo Chile; financiar a sus candidatos en las diversas elecciones, y conseguir más adherentes. Sus actuales necesidades pueden llevar a que las ideas les parezcan un lujo que conviene postergar hasta que las otras urgencias estén cubiertas. Esta omisión le puede costar muy cara: pregúntenle al PPD.
Otro tema sensible es su relación con Chile Vamos. Resulta claro que no son socios de esa coalición, pero que sí pueden ser sus aliados, como sucedió con el pacto para la Convención Constituyente. Sin embargo, aquí quedaron muchos heridos, y no faltan los que dicen que nunca más sellarán un acuerdo con los republicanos. Las versiones son muy diferentes e ignoro quién tiene razón, pero si ambas partes no manejan sus relaciones con prudencia, los costos no los pagará simplemente la derecha, sino todo Chile.
Mi sospecha es que todos tienen culpas en estas fricciones, aunque con mayores dosis de buena educación las cosas podrían mejorar notablemente. Si de mí dependiera conseguir que los políticos de las distintas derechas leyeran un solo libro en los próximos años, les recomendaría una edición actualizada del viejo y despreciado Manual de Carreño. JAK debe cuidar las formas en las redes sociales y los otros evitar hacer un escándalo por todo lo que diga e interpretarlo de la peor manera posible.
El tipo de relación de Kast con sus aliados tiene además importancia, porque nos debería dar pistas acerca de cuál es, en definitiva, el proyecto de los republicanos. ¿Tienen realmente vocación de poder? ¿Aspiran a constituirse algún día en mayoritarios, como sucedió en su momento con la Democracia Cristiana o la propia UDI? ¿Cómo ampliarán su base electoral?, ¿o serán las suyas unas eternas candidaturas testimoniales? Como se ve, las definiciones que tienen por delante Kast y su partido van mucho más allá de las políticas migratorias.