En este preciso momento, un avión aterriza en Pudahuel con un par de millones de vacunas chinas. Este hecho está repleto de consecuencias políticas y económicas, todas bastante ambiguas.
El Presidente Piñera hizo una apuesta muy arriesgada: quería mostrar que Chile dispondría pronto de las necesarias vacunas para enfrentar la crisis del covid y que se aplicarían de manera oportuna, especialmente a los grupos de riesgo. Nadie en Latinoamérica soñaba con algo semejante. Es más, muchos países importantes todavía están entrampados en este problema, que no logran resolver a pesar de que sus presupuestos son infinitamente superiores a los nuestros.
En otras palabras, Piñera nos había mostrado su mejor cara: la del gestor ante adversidades que no dependen del amor de los ciudadanos.
Sin embargo, en el camino surgieron diversas dificultades, que podían llevar a que esta apuesta tan arriesgada se volviera en contra del Gobierno. Y precisamente en ese momento aparecieron los chinos salvadores. Gracias a ellos, el Presidente puede irse de vacaciones tranquilo, porque Chile exhibirá unos índices en materia de vacunación que la mayoría de los países del mundo mirarán con envidia, siempre que el proceso se ejecute de manera eficaz.
Obviamente los chinos no llegaron por arte de magia. Hubo todo un trabajo gubernativo para conseguir el apoyo oportuno en el momento que más se necesitaba. Pero los chinos dieron el “sí”, que es lo más importante. En suma, la misma China que nos metió en esta crisis nos saca de ella. Si todo sale bien, eso significará que podría venir una recuperación económica muy importante en el segundo semestre.
El momento era particularmente extraño, porque esta misma semana nuestra agricultura clamaba de dolor por la suerte de las cerezas chilenas en el mercado chino, a consecuencia de unas noticias aparentemente falsas difundidas en las redes sociales. Obviamente las autoridades chilenas no demoraron un segundo en exculpar al gobierno chino de cualquier responsabilidad. No cabe pedirle a una autoridad que asegure expresamente que un determinado producto no está afectado por el covid-19. El sistema es el inverso: se advierte a la población solo cuando hay un peligro.
Sin embargo, todos sabemos que las redes sociales chinas no funcionan al modo de las nuestras. Si alguien tiene alguna duda, le sugiero que vaya a ese país y mande un mensaje de Twitter donde pide el término de la ocupación del Tíbet. De modo que el gobierno chino no es tan impotente como el de otros países, incluido el nuestro, en esta materia. Diversos analistas señalaron que Beijing nos estaba dando una señal, que había que saber interpretar. Ella tenía que ver con ciertos comportamientos nuestros en los meses anteriores, donde no habíamos prestado suficiente atención a su conveniencia, sea por nuestra cercanía con los EE.UU. o por decisiones económicas que defraudaban sus aspiraciones. China nos estaría mostrando que nos conviene alinearnos con sus intereses.
Lo que recibimos de China es parte de una trama que se mueve con códigos orientales, y parece que ellos incluyen darnos una de cal y otra de arena. Ahora nos muestran su benevolencia para que comprendamos de una vez por todas que nos conviene refugiarnos bajo su manto protector. Es un típico caso de aquello que los estudiosos llaman “poder blando”, un ejercicio de diplomacia pública.
¿Qué hacer? ¿Cómo relacionarnos con una potencia cuyo poder se hace cada vez mayor? Tenemos que partir por reconocer que somos un pequeño ratoncillo al lado de un gigante. No podemos prescindir de China: así lo muestra este avión, que es un claro acto de diplomacia oriental. Pero tampoco debemos ser ingenuos. Se dice, por ejemplo, que tenemos que aplicar a sus inversiones las mismas reglas que rigen para todos los países. Y es verdad, ese tipo de criterios ya ha empezado a formar parte de nuestra cultura. Con todo, sabemos que su respeto a las normas de la libre competencia o a otras manifestaciones del fairplay occidental no es el mismo que tienen, por ejemplo, unos suecos o unos alemanes que vienen a invertir a Chile. Esto complica las cosas.
En segundo lugar, no podemos perder de vista el consejo que la Rosaura le daba a la Carmela, su ahijada, para enfrentar las dudosas pretensiones de un pije, don Carlucho: “No muy cerca que te quemes, ni muy lejos que te hieles”.
“No helarse” significa, por ejemplo, utilizar la vacuna de Sinovac. Por si alguien no lo sabe, las vacunas contra la influenza que hemos recibido tranquilamente en los últimos años vienen del mismo laboratorio que la actual. En suma, no podemos evitar acercarnos a China. Pero, ¿qué hacemos para no quemarnos?
En los últimos años han surgido voces que recomiendan diversificar los destinos de nuestras exportaciones y no quedarnos con los EE.UU. y China como nuestros grandes compradores. El propio canciller Allamand planteó desde el principio la necesidad de vincularnos más con la India, Indonesia y Brasil, países que suman unos 1.800 millones de habitantes. Estrategias de este tipo no nos resolverán todos los problemas que derivan de la creciente influencia de este nuevo imperio, pero al menos nos ayudarán a salir menos chamuscados en esta difícil relación.