El director de origen indio Ramin Bahrani, nacido en Carolina del Norte, después de sus primeras películas, con el tema del migrante en EE.UU., fue elogiado por el popular Roger Ebert, y el crítico de cine no dudó en calificarlo como uno de los grandes nuevos directores de Estados Unidos.
Su carrera posterior, tampoco tan numerosa, y quizás con “Fahrenheit 451” (2018) como ejemplo de obra fallida, no es precisamente lo que pronosticó Ebert, pero al menos sigue en el oficio y filmando.
La película se basa en una exitosa novela de Aravind Adiga, que sigue la vida de Balam Halwal (Adarsh Gourav) y lo hace desde la pobreza de Laxmangarh hasta cuando es emprendedor en Bangalore, pasando por Dhanbad y la opulencia de Dehli, para que la película cuente una historia donde el verdadero protagonista es la India, acaso una nueva India, que parte con el presente siglo, que son los tiempos de Balam.
Ante la visita oficial del Premier chino, Wen Jiabao, el joven Balam decide contar su vida: al político, a los espectadores y a todo el mundo.
No es una vida ejemplar ni mucho menos, pero tampoco el país que lo cobija y educa, más bien son el uno para el otro, y se corresponden.
Entre castas, cientos de dioses y bajo el mantra de comer o ser comidos, sus compatriotas, según el relato del narrador, son como aves de corral que no se rebelan ante el estado de las cosas y se mantienen en la jaula de la servidumbre y mansedumbre.
Balam decide romper esa rueda del destino y sigue el cuento del tigre blanco, una especie escasa, donde no hay más que uno por generación.
Entonces aprende a manejar y consigue trabajo como segundo chofer de una familia millonaria, empresarios del carbón, pero también mafiosos que les cobran un tercio a los pobres y les pagan un tercio, o más, a los políticos corruptos.
Su rutina consiste en conducir el jeep de Ashkok (Rajkummar Rao) y su mujer, Pinky (Priyanka Chopra), que comparten una particularidad: fueron educados en Estados Unidos, y Pinky, en rigor, tiene su corazón en Nueva York y no en Dehli.
Así que Balam sería el hombre nuevo, integraría la clase media adinerada y su método de progreso fue el emprendimiento. Es la mitad llena del vaso. En la otra mitad está la parte sucia del cuento.
Hay una par de frases repetidas que tiñen el relato: no hay que ser pobre en una democracia; y el futuro es para el hombre amarillo y café, que desplaza al blanco.
“El tigre blanco”, en realidad, se sostiene sobre algo parecido a un tour rápido que recorre la India del siglo XXI, con información prepicada y tópicos conocidos, según el tono que coloca el guía, el director Ramin Bahrani: sátira política y comentario social, entintados con humor negro.
Es un tour desencantado y acaso demasiado desolador, que efectivamente muestra las dos mitades del vaso: la vacía y la llena, que en este caso, también está vacía.
“The white tiger”. EE.UU.-India, 2021. Director: Ramin Bahrani. Con: Adarsh Gourav, Rajkummar Rao, Priyanka Chopra. 125 minutos. En Netflix.