Hay quienes llegando a la costa solo piensan “en unos marisquitos, en un pescadito…”. Por lo general se come mejor pescado y más fresco en Santiago, adonde arriban directamente desde Puerto Montt. Desde ahí son enviados después a los restoranes costeros. Son pocos los lugares con caleta donde se vende lo que se ha pescado ahí mismo.
Si viene, Madame, a Maitencillo, Cachagua y Zapallar, le sugerimos que piense en comer, también, productos del generoso campo de esta región, cuya cabeza agrícola es Puchuncaví, antiquísimo pueblo (su parroquia fue fundada en el siglo XVII), donde se producen algunas hortalizas y municiones de boca buenísimas.
Pensando en ello nos fuimos al restorán Caballito de Palo, que está en la ruta costera, al lado de Maitencillo. Lo respalda una respetable tradición de comida huasa, y ha habilitado unos enormes patios traseros, abiertos, bien ventilados y sombreados; mesas bien alejadas.
Comenzamos con una empanada de horno de las hechas para resistir cualquier viaje: masa bien reforzada y protectora, durona, con poca manteca. El pino tenía, como ya es costumbre, carne picada y carne molida y no estaba mal. La entrada propiamente tal fue una “picada” compartida, compuesta de trozos del insigne arrollado de Puchuncaví (donde se produce también unas prietas excepcionalmente buenas y excelsas longanizas), más queso, cebolla encurtida, ají verde, aceitunas ($5.800). Pancito con pebre: rico.
Luego, un huaso pastel de choclo, servido en enorme lebrillo ($10.000), que estuvo bastante católico, aunque se podía ver, a la legua, que no estaba hecho con los choclos canónicos, es decir, los llamados “humeros”, sino con choclos “americanos”, muchísimo más dulces. En fin: la gente ya se ha acostumbrado al pastel dulzón; pero no es el auténtico, el realmente bueno. El nuestro estuvo bastante bien hecho, aunque, de nuevo, contra la tradición, el choclo no estaba rallado, sino molido en alguna máquina de cocina: la diferencia está en que, en el tradicional, no se advierte rastro alguno de hollejo de choclo, que sí estaba presente aquí, perjudicando la suavidad de la mezcla.
En vez de “frutos del mar”, ¡cordero, mi alma! En La Canela, “por aquicito, no máh”, hay excelentes corderos. Nuestro garrón, al jugo y con papas doradas ($13.500) resultó blandísimo, jugoso, bien fino, aunque no estaba certificada su procedencia lugareña.
Postres: un pie de limón notablemente bueno ($4.100) y la leche asada más brutalmente hervida en el horno que nos haya tocado, sin rastros de la suavidad que le es propia. Rico sabor, atroz textura.
Este “Caballito” podría lograr la excelencia culinaria si, así como recurre a los productos lugareños, se ciñera a la tradición auténticamente huasa en la confección de los platos, y cuidara de informar del origen local de cosas como el cordero que comimos. Eso lo pondría a otro nivel. Servicio rápido, atento. Gran estacionamiento propio.
Carretera F 30 s/n, Rungue, Puchuncaví.