Hemos almorzado en el restorán del Hotel & Spa Mae, de Maitencillo, iniciando nuestro anual recorrido por los restoranes costeros.
El Mae está en una ubicación realmente buena, a un paso de bonitos roqueríos. Bien preparado, cumple los “protocolos”: control de temperatura corporal y desinfección de manos con alcohol. Hay una buena cantidad de mesas en la terraza abierta al aire marino, y otras en el interior de un comedor muy espacioso. Reserve con tiempo afuera.
Partimos con un plato generoso de moules et frites ($9.400), que alcanzó perfectamente, como entrada, para dos. Preferimos, por un oscuro instinto de supervivencia, recurrir a las entradas calientes; entre las frías había locos, ostras, y otras cosas marinas. Los choritos tenían un discretísimo y bienvenido aroma a ajo (toque de talento), y las papas fritas tenían un corte rústico y estaban bien hechas. Pero, ay, a alguien se le ocurrió “enriquecer” el caldo de los choritos, bien hecho con su vino blanco y su cebolla, con salsa de tomate, desvirtuándolo por completo. Como un caldo cualquiera, no estaba del todo mal; pero no como caldo de choritos, bichos tan sabrosos que no necesitan de andamiaje culinario alguno.
El atún vietnamita ($12.600) venía, como debe ser, apenas sellado a la plancha con una prescindible costra de ajonjolí (sésamo) tostado, y puesto, en tres trozos generosos, sobre puré rústico de palta mezclado con trocitos de piña. Estupenda idea, esta del puré, servido además en gran cantidad. Pero, aun agradeciendo el punto de cocción del pescado, este acusaba una larga estadía en el congelador: su carne, que debe ser elástica y jugosa, venía correosa y seca. A veces es facilísimo diferenciar un pescado fresco de uno congelado.
La merluza austral putanesca ($11.600) estaba frita a la perfección, con su pielcita dorada, jugosa y suelta en el centro. Si nos la hubieran dado simplemente así, hubiera sido una gloria. Pero la salsa “putanesca”, más otra salsa de ricotta y todavía otra más de pesto, impidieron el disfrute. Tres salsas, enredándose mutuamente, para el mismo pescado son, simplemente, demasiado. La principal, la putanesca, era, además, no el verdadero aderezo “a la putanesca”, consistente en trozos de tomate frito, de aceitunas, de anchoas, de ajo, peperoncino y perejil cortado bastamente, sino una salsa licuada, verdaderamente invasora. En Italia usan poca salsa para saborizar la pasta. Aquí la gran cantidad de esta hizo naufragar al pescado.
Postres. Panqueque celestino: dos grandes trozos de frazada, con poco manjar. Y un tiramisú hecho por alguien que lo desconoce absolutamente: en vez de bizcocho (reemplazado a veces por las socorridas galletas de champán), venía hecho con “bocados de champán” flotando sueltos en un exceso de crema, sin licor ni café, cubierto por mucho chocolate rallado. Punto a favor: estaba poco dulce. Es urgente encontrar un repostero que sepa.
Buen estacionamiento. Ay, los detalles…
Avda. del Mar 3600, Maitencillo.