Cada nuevo año, recuerdos. Cachurero, reviso carpetas, fotos, libros, música, dibujos, santitos de Primera Comunión. Examino un atado de cabellos de mi hija oculto en mi velador.
Cuando muera, se perderán mis cachureos. Pienso en las cartas de amor entre mi papá y mamá, mis disquetes de 5 pulgadas con material en AtariWriter…
Los cachureos, como los perfumes, encienden el recuerdo. Platón decía que el aprendizaje era así: uno había almacenado todo y durante la vida iban resurgiendo esos hechos.
¿Dónde se han guardado esos recuerdos?
Uno de los prodigios de memoria, el jesuita de ojos azules, misionero en China, Mateo Ricci (1552-1610), usaba el método del panel de casilleros: iba metiendo en cajitas imaginarias cada elemento que quería recordar. Cuando necesitaba el recuerdo, imaginaba el panel, buscaba la ubicación, encontraba el casillero y extraía el elemento. (Su palacio de la memoria está descrito en el “Tratado de artes mnemotécnicos” (1596)).
Tal era su método para recordar. Pero opera sobre una premisa falsa. Los recuerdos no ocupan un lugar específico, el tejido del cerebro no dispone de una capacidad fisiológica de retención, como afirmaría William James (1840-1910).
¿Dónde están mis recuerdos?
Pedro Maldonado, neurocientífico de la U. de Chile, en su libro “¿Por qué tenemos el cerebro en la cabeza?” descarta teorías que asignan cada determinado recuerdo a una determinada neurona (http://bit.ly/3pIssa3).
No resulta en el cerebro lo que canta el grupo Mazapán: “A ordenar, a ordenar — cada cosa en su lugar”.
“La memoria no se guarda en forma física en un lugar especial”, escribe el profesor Maldonado. Y describe algo que es como cuando desde mi balcón veo que se encienden simultáneamente las luces del parque del frente. Se activan muchas neuronas repartidas en diferentes lugares, interconectadas.
Un recuerdo es así: la estructura de la red de neuronas correspondientes. Entonces, cuando quiero acordarme, por ejemplo, del nombre olvidado de una persona, busco activar la red que se armó cuando la conocí. (No resulta siempre). El recuerdo no está en una neurona sino en la red de neuronas, proviene del proceso que viví cuando lo engendré.
Maldonado escribe que esa red, ese recuerdo, puede cambiar cada vez que la encendemos, por eso, la memoria es “frágil en sus contenidos y puede modificarse cada vez que la reactivemos”.
Por eso, son importantes mis cachureos mientras yo viva: las fotos ayudan a focalizar el recuerdo; el cabello de mi hija me transporta con más precisión a esa criaturita que hoy es madre de diez. Y lo que mi mamá anotó me la sienta a mi lado y suscita mi cariño.
Acordarse de vidas, puede ser una fuente. También de pena.
Es imposible olvidar dolores como los que sugiere Manzanero en “Si me faltas tú”. Tantas ausencias. Al recordarlos, puedo ir suavizando el dolor.
Y 2020 resultó doloroso. El 2022 reviviremos recuerdos, vidas: ahí veremos; guardaré cachureos del 21.