Muchos han dicho que la elección de constituyentes es la más importante del año que ahora comienza. Por eso, aunque sea obvio decirlo, hay que conseguir que sean elegidas muchas personas competentes y que el número de los poco calificados o de quienes quieren refundar la república desde cero sea el mínimo posible.
¿Qué puede hacer la derecha para promover estos objetivos? De partida, alcanzar un buen resultado en la elección de constituyentes. Para tales efectos, es clave que asegure la unidad: a sus electores les parece algo evidente. Sin embargo, algunos integrantes de Chile Vamos sufren una suerte de alergia que los lleva a rechazar un pacto electoral con los republicanos de José Antonio Kast, a quienes miran como leprosos políticos. Esto resulta inexplicable: Kast no es Le Pen.
Hay cosas de ellos que no me convencen, como sus ideas en materia de posesión privada de armas, pero hoy hasta Mario Desbordes las sostiene, de modo que no exageremos. El compromiso de JAK y su partido con la democracia representativa no ofrece dudas, por más que quienes lo funan opinen lo contrario. Es más, gran parte de sus posiciones son defendidas también por sectores de RN, la UDI e incluso por votantes de Evópoli en regiones.
En este contexto, despreciar a una agrupación cuyo candidato presidencial obtuvo un 7,93% de los votos y no llegar a acuerdos, parece poco inteligente. Las estimaciones señalan que se perderían 12 cupos en caso de ir separados. Deben competir con los republicanos, pero dentro del mismo pacto y no en unas listas diferentes que solo perjudicarán a ambas partes: se sacrificaría el resultado final por pugnas que solo interesan a las cúpulas dirigentes.
Es verdad que, para algunas personas de centroderecha, poner republicanos en su misma lista significa algo muy semejante a tragarse un sapo gordo, verde y viscoso. Pero tendrían que ser muy narcisistas para no darse cuenta de que lo mismo sucede al revés: para muchos conservadores, ir en compañía de un progresista de derecha es tanto como tratar de deglutir un murciélago orejudo de Magallanes. No todos somos tan simpáticos como creemos. Sin embargo, ni uno ni otro estará renunciando a sus principios o los pondrá en peligro por tener a esos compañeros de lista que les resultan poco atractivos.
Ciertamente, la disposición a pactar tiene límites. Sería absurdo que partidos democráticos llegaran a acuerdos electorales con neofascistas o comunistas, pero JAK no está, ni de lejos, en esa condición. En todo caso, bien podría evitar los tonos innecesariamente polémicos, que polarizan a la sociedad y dan una señal equívoca a sus adherentes. Otro tanto vale decir de sus loas a líderes extranjeros de derecha que están lejos de nuestras tradiciones republicanas. Las formas importan y debe evitar coqueteos con los estilos de Trump o Bolsonaro. Cabe pensar que una lista de unidad ayudará al kastismo a pulir esas asperezas.
Los dirigentes de Chile Vamos y del Partido Republicano no pueden ser frívolos ni egoístas. Deben llegar a un acuerdo y quedan pocos días para hacerlo. La “unidad hasta que duela” no es solo una idea de María José Hoffmann, sino que interpreta el llamado de gran parte del electorado que ha votado por la derecha y que no puede entender que en este momento sean relevantes las animadversiones personales.
Además, un buen resultado de la derecha en la elección de constituyentes puede tener un efecto inesperado, cual es apuntalar a los sectores moderados de la centroizquierda que se han desestibado en la última década. Les daría una seguridad de la que muchas veces carecen actualmente. No hay que olvidar que, especialmente después del 18 de octubre y del resultado del plebiscito, no faltaron personas sensatas de ese sector que se desorientaron de manera notoria, abandonaron las posturas moderadas y dejaron que se debilitara su disposición al entendimiento. Algunos en la izquierda democrática leyeron mal esos resultados, olvidaron que buena parte de la derecha estuvo por el Apruebo y lo interpretaron como si fuese una derrota de todo ese sector. En suma, se vistieron con ropas que también pertenecían a Lavín, Desbordes y muchos otros. Urge mostrarles que es posible mantener sus ideas de siempre, enfrentar las bravuconadas de la otra izquierda, y llegar a acuerdos que no pongan en riesgo el futuro del país.
Con una derecha bien representada en la Convención y una centroizquierda consciente de su propia valía, el proceso constituyente no tiene por qué ser algo atemorizador y debiese llevar a un resultado muy razonable. La Constitución que salga de allí probablemente será modesta. Como cualquier Carta Fundamental sensata, no pretenderá resolver las malas pensiones, los problemas del tráfico, el desempleo ni hacernos felices; sin embargo, pondrá unas reglas del juego que una amplia mayoría de los chilenos considerará como propias. No será una casa de todos, pero nos permitirá pisar un terreno común. No es poco.
Además, no olvidemos que el ejercicio que comienza en abril no solo tiene que ver con una nueva Constitución, sino con un “proceso” deliberativo. Si esta tarea se lleva a cabo de modo adecuado, significará una importante rehabilitación de la política. Eso es todavía más importante que el texto que salga de allí.