Ahí está la parrilla, que invita.
Con menos comensales que antes, la carne se dora, la saliva se acumula, las copas se llenan. Y llega la invitada de piedra: una avispa chaqueta amarilla. Una estúpida que no entiende amenazas.
Su nombre, Vespula germanica, marca su origen. Y los mapas de expansión muestran EE.UU., Australia, Nueva Zelandia, el este de China, Argentina y Chile. Acá llegó en los años 70.
Invade en verano. Febrero es lo peor. Son gregarias: podremos matar la primera, pero llegan más. Comenzaron a construir sus nidos en septiembre; en enero, los consolidan y expanden. Pueden colgar de ramas, de toldos, de aleros. Y está la especie que construye nidos subterráneos.
Hacer temblar un nido, o pisar uno, es terremoto: las moradoras surgen al ataque. Seguro que el agresor se llevará unas 10 mordidas o picadas. Hay que huir. Tirarse a una piscina, encerrarse en el baño, no aletear.
Son bellas, pero igual, las odio; con sus colores taxi y su agresividad. Además, su aguijón difiere del de las abejas: lo puede meter y sacar sin perderlo. Y usan sus mandíbulas de alicate.
Le pregunto a Nancy Vitta, del Instituto de Investigaciones Agrarias (INIA), si traen algún beneficio. “Ninguno”, dice tajante.
En http://bit.ly/2WDyNXD encuentro casi un cómic fotográfico con su vida. Estupendo. Lo coordinó la entomóloga Patricia Estay. (Desconcierta una foto de un investigador que sostiene un nido gigantesco, vacío).
Pero descubrí el material más completo, de la misma autora, en http://bit.ly/3pgFiff. Aprendí ahí que, a estas alturas del año, no hay caso de atacar las reinas. Están oviponiendo encerradas en sus nidos. Hay que matar obreras, que duran hasta la primera quincena de marzo. (Y anotar para septiembre: cazar las reinas, las más importantes).
Los fruticultores y los apicultores, principales perjudicados por estas malditas, les dan poca importancia. Están más preocupados, los primeros, de la mosca suzuki, un minimonstruo para cerezas, frambuesas, arándanos, uvas y más.
Me lo confirmó Jaime Echevarría, gerente de Traverso, que ofrece trampas para las avispas, pero no encuentra suficiente eco. Anasac también tienta con un producto especial. Que maten avispas, no abejas. Y están las trampas caseras con vinagre de manzana.
Según la entomóloga Estay (2003) (http://bit.ly/3mK2iBA), las avispas dañan entre un 10% y un 30% la producción de uva; falta calcular el menoscabo a la industria de la miel (las avispas cazan abejas), que exporta miles de toneladas al año.
Las trampas funcionan: el SAG instaló 327 en el Parque Torres del Paine en 2006 y atrapó 1.637 reinas. Cada una pone 300 huevos al día. Al mes, sale la obrera, que vive tres semanas. Conaf sabe del daño que estas malditas producen al turismo en los parques nacionales.
Sugiero agregar a los propósitos para 2021: poner trampas (ojalá en septiembre) antiinvasoras.
Hasta marzo, podemos matar las obreras, instalando trampas con cebo. Y así, en un área tranquila, poder celebrar asados sin intrusos.