La desorientación de la izquierda se ha manifestado con especial crudeza en las últimas semanas. En teoría, su tarea es preocuparse por los más débiles y promover lógicas colectivas frente al individualismo que se le imputa a la derecha. Busca mostrarse sensible al valor de la dignidad; de hecho, es la palabra que más ha empleado desde el 18 de octubre del año pasado.
Sin embargo, a pesar de estas declamaciones, la izquierda hace muchas veces lo contrario de lo que proclama.
Ya se ha destacado cómo, en la votación para retirar el 10% de los ahorros previsionales, se limitó, en la práctica, a decirles a las personas más necesitadas: “Rásquese con sus uñas. Si tiene problemas ahora, arréglelos hipotecando su vejez”. Toda su argumentación en la materia estuvo teñida de individualismo. Además, tampoco parece haber sido consciente de la dignidad de las personas vulnerables, que un día llegarán a viejos y necesitarán imperiosamente esos fondos cuando ya no estén disponibles.
Esta semana se ha agregado un episodio todavía más dramático. La mayoría de la Cámara aprobó la idea de legislar sobre la eutanasia empleando similares argumentos (compasión y autonomía) a los de “Yo acuso” (1941), la película de Liebeneier promovida por Goebbels para validar esa práctica. No exagero. Ciertamente, la circunstancia de que una iniciativa haya sido promovida durante el nacionalsocialismo no es un argumento definitivo para excluirla (así, a ellos les debemos el Volkswagen “Escarabajo”), pero obliga a prestarle una atención especial. Decirle a alguien que está muy enfermo que su muerte resolverá sus problemas (y los nuestros), ¿es realmente una manifestación de respeto por la dignidad de toda vida humana?
La izquierda, que protesta contra los abusos, no parece ver lo que sucederá si se reconoce un “derecho” a la eutanasia. Los derechos implican responsabilidades: al día siguiente de aprobarse, no faltarán los seguros de salud que dirán que, como existe la posibilidad de la eutanasia, ellos no tienen por qué cubrir los cuidados paliativos. Solo se limitarán a pagar los costos de la inyección letal. Esto ya sucede en Oregón.
No niego que pueda haber argumentos a favor de la eutanasia que habrá que discutir. Aquí solamente quiero afirmar que la izquierda ha adoptado una postura que contradice sus postulados más profundos, como la protección a los más débiles —viejos y enfermos— y la demanda por justicia social.
Pero hay más. Mucha gente se imagina que la eutanasia es la respuesta para el caso de una persona que se ve obligada a pasar meses o años entubada, rodeada de máquinas y mantenida con vida en un ambiente completamente inhumano. La locura tecnocrática impide la muerte a toda costa. Como esto lleva a resultados absurdos, entonces la solución se pone nuevamente en manos de la técnica, que esta vez procede a matar. Sin embargo, no resulta razonable creer que la eutanasia es la única alternativa ante esas situaciones disparatadas. En realidad, las razones que llevan a oponerse a la eutanasia son las mismas que nos deberían llevar al rechazo del llamado “encarnizamiento terapéutico”.
Estas confusiones se evitan si se entiende la diferencia radical que existe entre “matar” y “dejar morir”. La muerte deliberada de una persona inocente es incompatible con la idea de dignidad humana, ya sea por un acto como el de administrar o entregar un veneno, o porque no se le proporcionan algunos cuidados ordinarios mínimos, como la alimentación. Cosa distinta es la renuncia a someter al paciente a tratamientos excepcionales, que suponen sujetarlo a condiciones poco humanas. Somos mortales y reconocer esa mortalidad, permitir que alguien muera, es un acto de humanidad. De ahí la importancia de que el paciente o su familia trabajen de manera consensuada con el equipo médico para adecuar los esfuerzos terapéuticos del caso.
El filósofo Robert Spaemann y dos médicos alemanes (G. Hohendorf y F. Oduncu) han explicado estos problemas con detalle en un libro que vale la pena leer: “Sobre la buena muerte. Por qué no debe haber eutanasia” (IES, 2019). Aunque los parlamentarios tienen poco tiempo disponible, cuando se trata de la vida humana uno debería ser capaz de quitarle horas al sueño para legislar de manera informada sobre un tema tan delicado como este.
En todo caso, aquí no basta con oponerse a la eutanasia. Una preocupación fundamental de las políticas públicas debe ser la promoción de los cuidados paliativos. Ellos, ciertamente, no resuelven el problema de que somos mortales, pero ayudan al buen morir. Es significativo que, según muestran los autores citados, cuanto mayor es la experiencia de los médicos en el área de los cuidados paliativos, más amplio es su rechazo a las prácticas eutanásicas. En suma, el hecho de que un enfermo pida su muerte es señal de que su caso no ha sido bien tratado.
Una izquierda preocupada de la dignidad humana, crítica del individualismo y que rechace los abusos, debería ser la primera en oponerse a la eutanasia. Si hoy la promueve, eso solo indica que está desorientada. Y no creo que pueda consolarse con el hecho de que una parte de la derecha padezca un mal semejante, promueva esa misma legislación, y pretenda que lo hace porque es liberal. ¿Qué entenderán esos parlamentarios por “liberalismo”?