Con el temor aquel a la segunda ola, el delivery sigue siendo una opción para los medrosos (uno mismo). Además, es cosa de ver el relajo de la distancia con los otros (que, a mayor graduación alcohólica, deriva a menor centimetraje social) como para sostener la opción del encierro. Entonces, un restaurante indio que estaba en lista, ubicado en las cercanías del centro centro de la capital, será visitado después de la vacunación. Y, mientras tanto, se ha probado la mano de este Kohinoor, que ha resultado satisfactorio en la generalidad de sus platos.
La entrada no fue muy lucida, hay que decirlo. Sus samosas ($3.591) eran chicas, de masa fina (más de empanada frita, lo que también puede ser una variante regional) y su relleno estaba demasiado molido. Y poco especiado, con cero comino. Lejos mejor en ese ítem introductorio fue un mix veg pakora ($5.391), esos fritos de verduras varias —cargado al protagonismo de la cebolla, lo que no es malo—, bien intenso en sabor.
Los panes estaban fuertones de entrada, como debe ser: con harto ajo el garlic naan ($1.692) y con su pasada por mantequilla clarificada el naan básico ($1.215). Se pidió otro pan por lo raro, y efectivamente fue algo marciano el kohinoor naan ($3.150), con algo de miel y fruta confitada. Allá el que quiera. Mejores son los postres dulcísimos de la India.
Para no irse solo por lo vegetal, se optó por uno de esos clásicos que nunca fallan: el Butter chicken ($7.191), con picor invisible y el pollo sin estar sobre cocido. También de sabor suave, marcado por la castaña de cajú, el malai kofta ($6.750), esas delicadas albóndigas vegetales nadando en una salsa que —en este caso— estaba algo sosa. Más intenso fue el el dal makhani ($5.391), un mix de lentejas que —nuevamente por el inconmensurable regionalismo— en esta variante trae porotos rojos. Rico, sin picor. Y, a las finales, el plato con más toque picante —y aún así, leve— fue el paneer lababdar ($6.750), quesitos flotando en una salsa atomatada, como para hacerle el quite al palak paneer, que es cuando nadan en puré de espinaca (será un plato del canon, pero es algo fome).
Para acompañar, un arroz casi navideño: el navratan pulav ($4.950), el que en su receta original lleva nueve ingredientes, aparte del arroz, los que en este caso fueron desplazados, en su segunda aparición, por la fruta confitada.
Se pidió un lassi ($2.385), que es una bebida de yogurt licuado, que se ofrece en la carta dulce y con sabor a mango, pero que llegó bien natural no más.
Por suerte, sin fruta confitada.
Merced 830, Santiago. Pedidos por Uber Eats.