Es 1927 en Chicago, y un grupo de afroamericanos tiene una cita en un estudio de grabación: una cantante y cuatro músicos. Los que primero llegan son los miembros del cuarteto: el pianista Toledo (Glynn Turman), Cutler (Colman Domingo), el del trombón y Slow Drag (Michael Potts), con el contrabajo, donde el más joven, Levee, el de la trompeta, lo interpreta un Chadwick Boseman delgado y enfermo por el cáncer que lo llevó a la tumba.
“La madre del blues” fue su último título y es probable que sea nominado al Oscar; si no es por este papel, la otra alternativa es “5 sangres” (2020), pero en esta película, basada en un obra teatral de August Wilson, está el escenario, las luces y un monólogo donde Levee, inexperto, ambicioso y siempre por el borde de la cornisa, relata el calvario de sus padres a manos de blancos miserables y violentos que no son pocos, más bien son abundantes.
En el estudio, los músicos se acomodan en una sala estrecha y mal ventilada, mientras esperan a la estrella Ma Rainey (Viola Davis), que no viene sola, la acompaña Dussie Mae (Taylor Paige), su protegida, y desde luego algo más, pero la película evita ser explícita, y también su sobrino Sylvester (Dusan Brown), que es un problema, porque ella lo quiere recitando y el joven tartamudea.
La película, brevemente, transcurre en exteriores, con planos de calles y un horizonte digital, y también hay fotos fijas con aire documental, en un par de flash backs, de gente triste y castigada por su color y condición.
El resto del tiempo, en dos escenarios: la sala de los músicos y el estudio de grabación, donde Ma Rainey parte pidiendo lo que no hay: una Coca-Cola helada, y se queja y hace sufrir a los dos blancos del lugar, su agente y el dueño del estudio. También a los del conjunto, porque es mañosa, se sabe indispensable y le molesta que alguien como Levee, que podría ser una amenaza, mire de esa manera a Dussie.
La película, a la hora de los parlamentos y monólogos, funciona como reloj y la mecánica subraya las actuaciones, donde cada personaje tiene lo suyo.
Es un intenso y encarnado alegato contra el racismo histórico y la opresión blanca, donde la voz principal es la del dramaturgo, y los actores colocan lo que saben: actuación, pero como personajes completos y complejos, solo se asoman.
El reparto, además, está sometido a un vestuario y colores que adquieren un protagonismo inusual, donde la veterana y prestigiosa Ann Roth, que estuvo en “El paciente inglés” (1996) y “Las horas” (2002), se nota demasiado, y tanta confección y diseño dañan la película, porque contribuyen a lo anterior: personajes a medias en sastrería de lujo y brillosa.
Se trata, en todo caso, de daños colaterales, porque “La madre del blues” aguanta el tono e incluso, a partir de un ejercicio actoral, lo que mejor se escucha es la voz potente y desgarrada de August Wilson, afroamericano, dramaturgo y Premio Pulitzer por su país y por los suyos.
“Ma Rainey's Black Bottom”. EE.UU., 2020. Director: George C. Wolfe. Con: Viola Davis, Chadwick Boseman, Colman Domingo. 95 minutos. Netflix.