Mi yerno Alfonso me invita a ir afuera. Apunta hacia el cielo nocturno: gris.
“¿Te das cuenta de que mi generación ya no tiene cielo que mirar?”, me dice, por la contaminación lumínica y atmosférica.
En “The Great Books”, de la Enciclopedia Británica, encuentro lo que busco:
“El ser humano ha empleado la astronomía para medir, no solo el paso del tiempo, o el curso de un viaje, sino también su posición en el mundo, su poder de conocer, su relación con Dios”.
“Cuando el ser humano se aparta por primera vez de sí mismo y de su alrededor inmediato y vira hacia el gran universo (…), el objeto que se presenta ante su visión es el siempre cambiante firmamento, con sus cuerpos luminosos, transitando con gran regularidad”.
Hoy la gente se reúne, pese al riesgo del covid, a ver la Luna ensombrecer al Sol. Buscan superar la niebla urbana y otear más allá.
La humanidad se ha quedado, este último mes, sin otro ojo al universo. El 17 de noviembre comenzó a colapsar el radiotelescopio de Arecibo, en las montañas de Puerto Rico.
A las 7:55 del martes 1 de diciembre, sus 900 toneladas de receptores de radio y antena de 305 m de diámetro se precipitaron al valle entre montes. Los cables no pudieron con la estructura. Murió el radiotelescopio. Fue como el incendio de la Catedral de Notre Dame.
El instrumento, construido en 1963, instaló en el mapa celeste planetas, asteroides, y midió a atmósfera superior terrestre los latidos de los pulsares, sospechó las ondas gravitacionales. Fue escenario para los filmes “GoldenEye” y “Contacto”.
El astrónomo español Sergio Marín, que trabaja en ALMA, Chile, tuvo contacto con Arecibo desde muy joven: me cuenta que se inscribió en el proyecto SETI (Búsqueda de inteligencia extraterrestre).
Como millones de personas en 1999, instaló como salvapantallas una aplicación, para descubrir algún mensaje desde el espacio. Arecibo coordinaba el proyecto. Incluso el radiotelescopio envió un mensaje binario al universo, a ver si era descifrado.
Sergio Marín pisó Arecibo cuando participó en una conferencia científica. “Un lugar icónico, un entorno espectacular”.
El instrumento terminó aportando elementos no previstos. Ahí se descubrieron los primeros planetas extrasolares, alrededor de un pulsar. Asomaron los indicios de las ondas gravitacionales, aporte que sirvió de base para los experimentos realizados últimamente en el tema. Y mucho más.
“Ver terminar de esta forma a Arecibo es terrible, devastador, muy chocante”, dice. “Sabemos que los observatorios tienen una vida útil y aparecen otros nuevos que hay que financiar… pero igual es triste”.
En el cemento de Santiago, a la luz del poste, mi yerno me muestra un dibujo a tiza de nuestro sistema solar. Ahí su hijo de casi 3 años se aprende los planetas. “Los sabe”, me dice.
Alfonsito me nombra Júpiter, Saturno, Marte, Venus, Mercurio… le preocupa el estatus de Plutón. “¿Por qué no es planeta?”, pregunta. En la edad de los porqué, ya levanta su cabeza hacia el cielo.