El documental de José Luis Sepúlveda y Claudia Adriazola parte con un prólogo: una sesión fotográfica por el Cajón del Maipo, donde Koke (Rodrigo Vidal) es el de la cámara y Catalina Flores modela con el atuendo de Harley Queen, es estríper, y con Koke y otra socia son emprendedores, para eventos varios, empelotarse si se requiere y hasta tours paranormales, porque la necesidad es enorme e infinita. Después del prólogo, la película sigue con las imágenes que captura una cámara desde un auto, es el ingreso a un Santiago pobre y castigado, por Puente Alto, Bajos de Mena y la Villa El Caleuche, edificios derruidos, semidemolidos y muchos habitados, con vecinos enrejados.
El tránsito y la cámara que llega tendrán su réplica hacia el final de “Harley Queen”, porque la misma cámara se retira en dirección opuesta a la del comienzo, es decir, el cine se va.
Sepúlveda y Adriazola filman documentales y acá no hay actores profesionales, ambos son de Puente de Alto, es su territorio y es la realidad tal cual es, cruda y real, pero el movimiento de cámara, que entra sin golpear y se va sin despedirse, señala algo distinto.
El nombre de Harley Queen, por cierto, viene de Harley Quinn y a ese personaje de Marvel imita, pero su físico y parecido son tan distantes del original, que lo que queda en el cuerpo y el disfraz es algo triste y una pura ilusión.
Koke, al partir, comparte protagonismo y discurso: maneja linchacos, pide mano dura, incluso mutilación al que roba y pólvora para los delincuentes. Se considera un patriota.
Pero la película se enfoca en el derrotero de Harley Queen y su familia, más las idas al gimnasio, marchas feministas y su presentación en Miss Pole Glamour. Y las andanzas de su pareja Cristián (Cristián Donoso), hombre hermético y panadero por Bellavista, madruga, cruza la ciudad y prepara hallullas en silencio, su sonido preferido.
Se dirá que es la pobreza genuina, sin afeites ni pomadas, pero hay un pero: los están filmando y eso afecta, cómo no. Nadie miente, por supuesto, ni la pareja de directores y menos los que protagonizan el documental, pero todos saben que el cine entró y después se irá.
Es el título de una película de Douglas Sirk: una imitación de la vida. Algo imperfecto y descalibrado, como Harley Queen con Harley Quinn, pero también abusivo, porque el cine seduce y doblega, con distinta intensidad: menos a los ricos, que evitan las cámaras, pero demasiado a los pobres, que las buscan.
Cualquier autor, sabiendo lo anterior, mide las consecuencias y el posible menoscabo y daño que pueden provocar las imágenes. No a los directores, que lo quieran o no, van de artistas por la vida, sino a los protagonistas.
Cuando asoma la pobreza como espectáculo, caben algunas preguntas: ¿Sufrió algún ser humano? ¿Sufrió algún animal? ¿Todo vale la pena, con tal de filmar el documental? Eso lo saben ellos, los que hicieron la película.
Chile, 2019. Director: Claudia Adriazola y José Luis Sepúlveda. Con: Carolina Flores, Cristián Donoso, Rodrigo Vidal. 100 minutos. En cineartealameda.tv y VOD de Red de Salas de Cines.