Contra todo pronóstico, una mayoría aún más contundente que aquella que aprobó avanzar hacia una nueva Constitución se manifestó en contra de que sus representantes en el Congreso, electos no hace mucho y autores de la iniciativa, tomaran parte en esa trascendente labor.
Los partidos y facciones de ellos que hicieron campaña a favor del Apruebo, despliegan sus esfuerzos por aparecer como ganadores de la gesta electoral. Sin embargo, no fueron sus banderas las que flamearon en las plazas donde se festejaba el triunfo. Las celebraciones partidarias no pudieron no digo liderar, sino siquiera coincidir con aquellas multitudinarias en que, esta vez, sin violencia, reinó la alegría y la esperanza. Lo cierto es que ninguno de los partidos logra erguirse como representante, líder o ganador de un resultado que, ciertamente, contiene mensajes políticos, pero que no endosa a ninguno de los partidos o coaliciones existentes. No se trata de sostener que el 25 de octubre no tuvo perdedores, sino de reconocer que, a la hora de identificar a los ganadores, se habla de una generación, de un sentimiento o de la esperanza por sobre el temor, y no de un partido o de un bloque de estos.
En el privilegio de su franja electoral, los partidos cedieron parte de sus minutos a organizaciones de la sociedad civil que vocearon sus particulares intereses. Ahora se debate otorgar más facilidades a los independientes para constituir listas de candidatos a la Convención Constituyente, lo que, por diversas razones, puede ser muy positivo, a condición de que esas listas se agrupen en torno a ideas fuerza y no sean una simple sumatoria de candidatos populares.
El resultado del plebiscito puede prestarse para continuar haciendo leña de los partidos caídos en desgracia; acentuar el endiosamiento de aquello, más o menos informe, a que se alude como colectivos y movimientos ciudadanos y sociales, a los que, sin justificación alguna, suele atribuirse un áura de bondad y pureza opuesta a lo que peyorativamente se denomina como clase política. El problema es que si derribamos esos árboles y seguimos picando su leña, difícilmente podremos consolidar una república democrática.
Una democracia robusta necesita de partidos políticos fuertes; esto es, capaces de generar adhesiones masivas más o menos estables, en razón no de vocear los intereses de diversos grupos sociales e identitarios, sino de incorporarlos por medio de una narrativa y proyecto político nacional acerca de lo que es un mejor orden social.
En la arquitectura democrática, los partidos políticos son irreemplazables por las organizaciones sociales o por asociaciones esporádicas. Sin partidos vigorosos, se debilita la gobernabilidad y la representación de la que la democracia se nutre.
Reforzar y revitalizar a los partidos políticos será uno de los desafíos de la Convención Constituyente. Esa tarea requiere acompañarse de un movimiento potente de opinión pública que, sin desconocer la crisis por la que atraviesan, opte decididamente por reforzarlos y no por sustituirlos o continuar denostándolos. Mientras se perciba la crisis de los partidos como un problema de ellos y no de todos nosotros, la democracia seguirá debilitándose. El desafío cultural no resulta fácil. Exigirá ir contracorriente, particularmente entre las nuevas generaciones, actores fundamentales de los últimos procesos políticos, incluyendo la realización y resultado del plebiscito, quienes rehúyen de las formas tradicionales de militancia que, hasta ahora, los partidos han sido capaces de ofrecer.
Los partidos tendrán en sus manos la elección de la mayor parte de los candidatos a convencionales. La forma en que lo hagan reflejará su capacidad de sintonizar, abrirse y atraer. Hay buenas razones para incorporar independientes a sus listas. Pero ello no debiera, en caso alguno, ceder a la tentación de negarse a sí mismos e incorporar en su propio discurso ese tono peyorativo antipolítico que tanto daño hace a la democracia. No basta con que los partidos lleven independientes. Es necesario que estos estén convencidos de la necesidad de reforzar los partidos para así avanzar a una mejor democracia.