Después del western, quizás no hay género cinematográfico más genuinamente estadounidense que el judicial, y la industria no se cansa de representar la escenografía, el tipo de alegato y los rituales de la corte.
El director Aaron Sorkin, premiado guionista de “Cuestión de honor” (1992), “Juego de poder” (2007), “Red social” (2010) o “Steve Jobs” (2015), filma lo que manda la tradición, asume las convenciones, cada personaje tiene un momento estelar y sigue el espectáculo del cine judicial con todas sus estaciones.
La película se basa en hechos reales y el preámbulo es 1968, un año terrible para Estados Unidos, son asesinados Martin Luther King y Robert Kennedy y la guerra en Vietnam pide más soldados que se convierten en más víctimas.
En ese clima y en Chicago, diversas organizaciones promueven una gran protesta en torno a la convención del Partido Demócrata y el resultado es una batahola gigantesca entre los manifestantes y la policía que deja una estela de centenares de heridos.
Al otro año y ya con Nixon en la Casa Blanca, la fiscalía arremete contra el grupo que lideró la movilización, porque en realidad es una persecución de fondo político, con el camuflaje de lo judicial.
Los que pasan al estrado son un pacifista de larga data, dos jóvenes líderes universitarios, un par de estudiantes despistados y los dos cabecillas de un partido contracultural: esos son los 7 de Chicago. Habría que añadir un octavo, un afroamericano radical de los Panteras Negras, que está por rebote y sin razones, pero será el más castigado y humillado.
Cuando la película abandona el escenario de la corte, lo hace según lo manda el manual y serán flashbacks para regresar al lugar de los hechos y algunas pocas secuencias en las oficinas de los defensores o en la búsqueda de un testigo clave, para que se extienda un rico y numeroso reparto que se mueve como pez en el agua.
Cada personaje hace lo que debe hacer y lo hace muy bien, según el molde de un género antiguo y siempre efectivo.
Está el juez duro, medio comprado o muy comprado, y además racista. Entre los acusados hay iluminados, tontos y equivocados. Hay un fiscal brillante y quizás con dudas éticas, pero igual cumple su trabajo. Hay un abogado defensor veterano y cascado. Los policías declaran lo que se les ordena, porque el poder político aprieta y aplasta. Hay una sentencia y con el pasar del tiempo siempre habrá una nueva sentencia, que ajusta las cosas.
“El juicio de los 7 de Chicago” es eficaz e institucional, por encima de cualquier otra consideración.
Es una película con un fin pedagógico central, que privilegia las certezas y confianzas, y que desplaza el escepticismo o el cinismo.
En ningún caso cuestionará al sistema, sino probará que el sistema, pese a todo y según pasan los años, se limpia, regenera y funciona.
“The trial of the Chicago 7”. EE.UU. -Reino Unido - India. 2020. Director: Aaron Sorkin. Con: Sacha Baron Cohen, Eddie Redmayne, Mark Rylance. 129 minutos. Netflix.