Es Francia en 1792, son las montañas y bosques del sur, un sencillo convento de piedra en las cercanías de Saorge y por la zona habrá algún barón y su acomodada familia, pero la mayoría son gente pobre y campesina que hablan occitano.
La gran noticia, hace un par de años, partió en París y se esparce por el país: es la revolución y a la zona se aproxima un grupo de soldados mal armados y mal vestidos, que se tomarán el lugar, incluidas gallinas, cultivos y convento.
En el sonido de la película están el viento sobre los olivares y el cantar de los pájaros, pero de pronto irrumpen canciones y voces de otras épocas, más bien de los tiempos actuales, son las de Patti Smith o Marianne Faithfull, porque “Un violento deseo de felicidad” será la historia del monje Gabriel (Quentin Dolmaire) que se transforma en el sargento Francois, así que deja el hábito y se calza el uniforme, pero la película quiere retratar y atrapar algo más ambicioso y movedizo: algo así como la sensualidad y el nacimiento de una revolución. Un período envolvente para protagonistas cautivados por el momento histórico, mientras palpan las ideas nuevas y los cuerpos por conocer.
“Un violento deseo de felicidad”, del director Clément Schneider, pasa de largo sobre lo oscuro y los acontecimientos terribles se dulcifican, así que la sangre y el decapitamiento de una familia de nobles se mantiene lateral, no es necesario exhibir nada y el episodio se supera en una secuencia. Hay también algún remordimiento y confesión, pero la película no está para complicarse la vida, sino para solucionarla y eso tiene rápida absolución.
La película se apoltrona en el retrato bucólico de la revolución y es más un reino encantado, por ejemplo: una joven mujer afroamericana,
Marianne (Grace Seri) viene con la tropa de soldados revolucionarios y les hace compañía.
¿Será políticamente incorrecto preguntar lo obvio: qué hace una mujer como tú en esta época y en este lugar: el sur de Francia en 1792?
El personaje nunca dice por qué está ahí ni tampoco cómo llegó a participar de la Revolución Francesa, así que la película estima que lo correcto es no dar ninguna explicación: es simplemente porque sí y cuidado con preguntar demasiado.
Ella es muda, entre paréntesis, porque decidió no soltar palabra alguna, y cuando lo hace es para decir amor y, al mismo tiempo, correr desnuda por el campo.
A Gabriel, el monje, se le eriza la tonsura. Francois, el uniformado, la sigue por una senda de olivos y flores. Es el mismo personaje. No nos vayamos a confundir.
Así es la naturaleza de una película de ánimo insurrecto, pero de resultado pastoril, donde no son pocas las aspiraciones; lo poco es el presupuesto y también es de poco metraje, sin embargo, a veces se hace largo.
“Un violent désir de bonheur”. Francia, 2018. Director: Clément Schneider. Con: Quentin Dolmaire, Grace Seri, Francis Leplay. 75 minutos. Centroartealameda.tv