Sabrosas y distintas. Así son las dos variedades de hamburguesas que nacen el alero del Boragó, pero bajo el nombre de Muumami. A primera vista no se juegan por el exceso ni el “que no se note pobreza” de la sanguchería nacional. Al contrario. Es poco lo que se asoma de sus complementos por los bordes. A primera vista es un puro pan relleno, muy austero, con un algo que se vislumbra. Y puede llegar a dudarse de si será necesario comer algo más después. Pero no. A la primera mordida se siente la textura esponjosa del maravilloso pan y lo contundente de la carne, en un caso, y de la lucida combinación entre hongos, berenjena y arroz de la otra. Y en ese instante el precio pagado ya adquirió su valor.
Primero, la primera: la Muumami, de carne grillada. Cuando dice que viene con queso chanco, es como para temer, porque este sabor puede opacar totalmente a la carne. Pero la gracia es que tanto este lácteo, como el tomate (que parece solo haber humedecido el pan, al estilo español del pan tumaca), con algunas lechugas locas y algo de cebolla picada, complementan y secundan a los sabores protagónicos: el de la masa y el de la carne. Además, no chorrea, como debiera ser originalmente un sándwich (bueno, menos el Manhattan penquista, que “si no chorrea, no es un Manhattan”).
Luego fue el turno de la Omami. Para
quienes han sufrido (como un servidor) con tanta horripilante emulación vegetal de este contenido, en este caso la mezcla de berenjena, hongos y arroz logran la que es, seguramente, la mejor hamburguesa no animal de Santiago. Porque es como alta cocina entre panes, con sus verduritas y el algo de queso que ayuda y no molesta.
Ambos “combos” vienen con su cuota de papas nativas fritas ($10.000 por la hamburguesa + papas), las que se ven un poco halloweenescas por su color oscuro. El exceso de sal no permite apreciar bien los matices y diferencias que justifiquen su elección, así que en beneficio del sabor y la salud, por favor se les sugiere moderación en el espolvoreo. Respecto a su novedosa salsa trufada con trufas laminadas (por $7.000), sorry, pero las características organolépticas que hacen tan preciada —y cara— a la trufa, no fueron habidas en esta ocasión.
A la hora del postre, hay helados. El único disponible en esta ocasión era el de manjar de campo en formato maxi ($8.000, de gramaje indefinido). Oh, qué maravilla de sedosidad y con un sabor intenso y a la vez fino, onda mantel largo.
En resumen, puntos altísimos y aún en rodaje, ya con un servicio a domicilio más amplio en su cobertura y debutando con el take away. Respecto a esto último, se les solicita encarecidamente que solucionen su metodología. Porque en este caso fue entrar a recoger el pedido a un espacio cerrado compartido —en esta ocasión— con a lo menos nueve choferes, lo que lleva a cuestionarse el porqué de seis meses de encierro puestos en riesgo. Por muy buenas que sean las hamburguesas. Y el helado, también.
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