El autor de la novela y el narrador de “El diablo a toda hora” son la misma persona: Donald Ray Pollack, que con voz omnipresente y distanciada presenta la geografía y los habitantes de Knockemstiff, un pueblito de Ohio que es donde nació el escritor y se vislumbra que lo que hay en el relato, en esa lectura, son recuerdos, biografía, vidas frustradas y demasiada gente muerta caminando.
La película de Antonio Campos, un director estadounidense, para más señas casado con la chilena Sofía Subercaseaux, montajista de las películas de Sebastián Silva y también de “El diablo a toda hora”, se inicia con un soldado que vuelve a casa: Willard (Bill Skarsgard) luchó en el Pacífico Sur y en Islas Salomón, y lo que vio no se borra con nada y nunca.
Ni en 1945, tampoco en 1957 y ni siquiera en 1965, porque la historia recorre largas distancias de tiempo, siempre desde lugares olvidados e ínfimos, que apenas se distinguen en el enorme mapa del país.
En el microcosmos de Knockemstiff, Meade o Coal Creek, los personajes se conectan por sangre, vecindad, algunos por casualidad, y tendrán descendencia, porque son al menos dos generaciones, pero lo inalterable es que en pueblos rurales pequeños el infierno es grande, las culpas compartidas y abundan los falsos predicadores.
La idea de algún Dios, más bien su ausencia y silencio, es algo que domina el territorio en una historia extensa y coral, donde, como en esas tribus primitivas, son capaces de rendirle tributo con sacrificios animales o humanos, y alguna joven ofrendará sus virtudes.
La película respira un aliento ominoso y perverso, donde florece el fanático iluminado por la palabra y las arañas: Roy (Harry Melling); o bien otro predicador, Preston Teagardin (Robert Pattinson), con patente de gran depredador.
“El diablo a toda hora”, como lo dice la lectura de su título, avanza en una dirección, no encuentra nada bueno en su camino y todo es miserable y siniestro, pero también precocinado y básico, donde un policía corrupto y una pareja de asesinos en serie completan un cuadro de seres monstruosos.
Los personajes que no se ajustan a este ritmo y libreto desaparecen rápido de escena, y solo en algunos secundarios la abuela Emma (Kristin Griffith) y el tío Earskell (David Atkinson) se podría vislumbrar una humanidad distinta, es decir, un universo más elaborado y complejo, y no uno tan lineal y unidimensional.
Entre la fe negra y tantos personajes desfigurados, en ese trance y universo, prevalece la travesía del superhéroe y mejor si tiene currículum militar: en 1945 y en el pasado, fue en el Pacífico Sur, y en 1965 y en el presente de la película, podría ser Vietnam. Y en esta lectura final, acelerada por los tiempos que corren, la respuesta definitiva, para el pequeño Estados Unidos, es Rambo a toda hora.
“The devil all the time”, 2020. Director: Antonio Campos. Con: Robert Pattinson, Tom Holland, Kristin Griffith, Bill Skarsgard. 138 minutos. Netflix.