Terminar el almuerzo con un helado de chancaca con su toque preciso de anís (panelita de san Joaquín, $5.400 el medio kilo) es el cierre impecable —y hasta con aires coloniales— de una experiencia tan sabrosa como conveniente. Porque aparte de ofrecer clásicos de la cocina venezolana, el delivery del chef Sumito Estévez es un verdadero best value en este mercado en desarrollo que, a veces, se tiene exceso de fe (o de patudez). Porque cobrar $12.360 por cuatro tremendos tutos completos de pollo asado con hierbas es un buen ejemplo de lo que puede encontrarse, felizmente, en su carta: las tres b.
Partiendo con los aplausos, este servicio a domicilio es muy considerado con los vegetarianos, lo que se agradece profundamente, sin dejar de lado ni de casualidad a los absolutamente carnívoros. Así es fácil dejar a todos contentos, lo mismo que con platos más neutros en nacionalidad junto a otros que funcionan como una verdadera embajada culinaria. Entonces, así se luce una ensalada de verdes y verduras encurtidas ($5.280) que se ofrece para dos humanos moderados, aunque también puede llenar justo a un adolescente. Algunas alcaparras y algo de aceituna amarga terminan de darle complejidad a esta maravilla de la ligereza, muy equivalente a su versión de ensalada César ($7.800), con dos lonjas de jamón curado. Si se divide y emplata, igualmente perfecta para dos. Esta posibilidad de dos porciones o una sola realmente abundante se da también con uno de los platos vegetarianos/fusión de la carta: fideos celofán, delgaditos, con verduras grilladas y su algo —moderado, más en plan occidental por si acaso— de curry y leche de coco ($5.040). Eso, por el lado más internacional.
Por el venezolano, hay que decirlo: el asado negro es uno de esos platos que pueden generar adicción instantánea y permanente. Porque estos cortes de pollo ganso, blanditos, nadando en una densa salsa agridulce, si se llegan a amar es permanente. En este caso, medio kilo por $9.500. Y ahí quedaron para una próxima vez unas chuletas o el pescado ahumado, unas costillitas BBQ, un arroz con pollo o esa sopa atomatada de pescado y mariscos, la fosforera. En esta ocasión, fue la apuesta segura, acompañada de arroz onotado ($3.600), teñido amarillo por el achiote (especia que uno conoce más por el rojo intenso de la cochinita pibil mexicana) y con verduras (pimentón, zanahoria, que no aparecían en la foto. Por favor: nada cuesta que calce la imagen con lo que llega). Para completar, uno de esos platos que requieren un afán explorador, porque hay quienes no gustan de texturas estilo tamal/bolitas de mandioca/mazamorra morada (lo mismo les ocurre a los extranjeros con nuestro mote con huesillos) y que se da con el funche de chicharrón. Son bloques de harina de choclo con verduras y chicharrón de chancho. Un gusto bolivariano.
Para terminar, hay una tremenda oferta de pastelería, pero insistiendo en plan cundidor y familiar, el helado antes mencionado y otro de piña con mango y maracuyá cerraron esta experiencia que es un ejemplo a seguir. Con todo bien empacado, con instrucciones claras, despacho programado y puntual, aparte de lo rico y —realmente— barato para lo bueno que está.