¿Por qué ha sido todo tan difícil en esta crisis? No obedece sólo a las rarezas del virus, hay también factores de otro orden, que no debemos perder de vista. Veamos dos de ellos.
El primero consiste en que, desde un principio, esta crisis sanitaria se transformó en un asunto partidista. En efecto, no se trataba de enfrentar juntos una emergencia nacional, sino de sacar al pizarrón al gobierno, para obtener provecho de cualquier error (real o aparente) en una situación sin precedentes.
Esta actitud trajo consigo que la variable sanitaria haya sido, desde el principio, la única relevante. Es curioso, pero en Chile surgió una nueva tecnocracia: si décadas atrás se esperaba que la economía resolviera todos nuestros problemas, ahora esa fe ingenua se trasladó a la medicina. Ella, y no la política, adquirió la última palabra.
La “medicalización” de la crisis no siempre obedece a pura ingenuidad, pues también el maquiavelismo ha jugado un papel decisivo. Al instalar la variable médica como la única fundamental, l a oposición mata dos pájaros de un tiro: de una parte, cada nuevo infectado o fallecido que hoy se produzca será por culpa del gobierno, que se ve forzado a mantener “números bajos” a toda costa. Por otra, las graves consecuencias mentales, educativas y económicas que se produzcan en el futuro también se endosarán al oficialismo, dado que será fácil acusarlo de no haber previsto esas desgracias.
Así las cosas, cualquier autoridad que quiera actuar de manera responsable caerá en esta trampa mortal. Se ve, por ejemplo, en el campo de la educación. El ministro Figueroa quiere volver a clases, pero el Colegio de Profesores pone el grito en el cielo y se niega a hacerlo. De paso, se condena a millones de niños y jóvenes chilenos a la ignorancia, a permanecer hacinados en sus casas, o a no recibir la alimentación adecuada. Pero claro, el Colegio de Profesores aparece como un ángel protector de la infancia desvalida.
El hecho de haber puesto a la medicina en el sitial que alguna vez se concedió ingenuamente a la economía además tiene graves consecuencias políticas. Si hace treinta para millones de chilenos Büchi iba a resolver todos nuestros problemas, ¿nos puede extrañar que hoy figuras como Izkia Siches sean vistas como portadoras de una nueva redención? La autoridad que una persona supuestamente tiene en el campo de la economía o la salud la transforma automáticamente en alguien que podría conducir los destinos del país, cosa ciertamente muy distinta.
Con todo, hay un factor adicional que ha hecho más difícil el manejo de esta crisis: a cierta izquierda la pandemia le cayó de regalo. Si bien al principio la miró con desconfianza, como un pretexto para aquietar las luchas sociales, muy pronto descubrió que allí tenía su arma de combate para los próximos años. Según sus análisis, el fenómeno del Covid-19 vendría a mostrar el fin del modelo neoliberal, incapaz de afrontar la crisis. Nadie arriesgó más en esta apuesta que el presidente argentino Alberto Fernández, que ha dedicado todos estos meses a comparar el “éxito” de su estrategia con el “fracaso” chileno.
Lamentablemente para él, los virus no han respetado su peculiar modelo, que hoy exhibe gravísimas debilidades, a pesar de que muchos chilenos de izquierda lo ponían como el ejemplo que debíamos seguir. Ante una crisis como esta, debemos reconocer que todos hemos sido afectados y tener la honestidad de no sacar provechos partidistas de los males ajenos. Además, las actitudes arrogantes pueden llevar a hacer el ridículo. Por eso, sería absurdo que los chilenos cayéramos en el mismo juego y empezarámos a realizar comparaciones en favor nuestro. Todavía no sabemos quién lo hizo mejor o peor, tanto porque la crisis no ha terminado como porque el número de infectados o muertos es un dato (terrible) al lado de varios otros, que son también muy trágicos y deberán ser considerados en el balance global.
Asimismo, la posibilidad de hacer comparaciones es más difícil de lo que parece. Una de las consecuencias más graves de la “medicalización” de la crisis consiste en que se pone como modelo a Luxemburgo, Francia o el país que sea; a partir de ese ejemplo se juzgan los demás, como si necesariamente debieran seguirlo. Pocos se preguntansi el paciente latinoamericano está en condiciones de resistir tratamientos europeos, basado en cuarentenas estrictas.
Es obvio que la forma de enfrentar el problema en Ecuador o Bolivia no puede ser la misma que en Suiza. También puede ser exitosa una estrategia que se hace cargo de las limitaciones del propio país. Esto, aunque sea incómodo decirlo, vale igualmente para la segregada geografía nacional. Las personas que en diversas zonas de Santiago no han respetado las cuarentenas y reglamentaciones no necesariamente son unos irresponsables que carecen de sentido cívico: muchas veces se trata simplemente de seres humanos que necesitan comer.Si no los consideramos como la primera de nuestras prioridades, haremos una política de médicos y políticos burgueses que solo se preocupan de cuidar a otros burgueses.