Si uno anda bartoleando/vitrineando por las redes sociales y lo pesca algún algoritmo, tenga en claro que van a llegarle todo tipo de ofertas y tentaciones acordes a sus ocios. Es sorprendente la cantidad de proveedores de restaurantes que se han abierto hacia el consumidor final. Y los de insumos italianos son legión. Entonces, puede irse por la vía de la experimentación, lo que es tentador a pesar de sus riesgos, o acordarse de algún histórico. Pastamore, por ejemplo. Porque en su vocación de trattoria se incluye la de “mercatino”, que ofrece packs para hacer un risotto o una pizza, harta fiambrería (que también se ofrece en combinaciones, para picotear), quesos porcionados, aceite trufado y otros insumos, aparte de pastas frescas y congeladas. Todo esto junto con sus platos, obviamente.
Harto bien en general, con algunos bemoles, esta experiencia de delivery partió con esas maravillosas bolas fritas de arroz con su cuota de queso dentro (arancini siciliano, $6.600), acompañadas de salsa pomodoro. Una entrada golosa y bien llenadora, ojo.
Luego, dos lasañas de 440 gramos cada una. Una bolognesa muy sabrosa y aliñada con suavidad ($8.600), junto a una vegetariana ($8.600) que llevaba láminas de zapallito italiano, champiñón, espinaca y cubitos de zapallo. Todo en su punto.
Después, lo mejor de todo: una pasta rellena, finita en el grosor de la masa, los agnolotti del pli ($9.600), que por lo mismo traía algunos medio machucados. Pero, a ver: si no se tiene clara la opción en la ecuación entre cosmética y sabor, vaya mejor a fotografiar los platos en vez de comérselos ¿o no? Carne molida dominando el relleno, sabrosa, todo bañado con mantequilla y hojas de salvia.
Y sobre las hojas, pero de albahaca, no venían con el spaghetti con pomodoro ($6.900). Cuesta harto, pero igual hay. Entonces el tema es mejor no ofrecerlas y listo. En este caso la pasta fresca estaba bien, pero venía muy apretada en su empaque, lo que ya no es un tema de estética, sino de ética de la comida. Rico, pero hasta incómodo para comerse.
A las finales, unos gnocchis ($8.900) maravillosos; los gnocchis, pero la salsa de tres quesos —grana padano, provolone y azul— parecía de uno no más, y bien suavecito. Esta misma neutralidad, en cambio, hizo que la panna cotta ($4.700) del Pastamore fuera —finalmente— una como debiera ser siempre: un postre delicado del verbo y con una salsa de frutos rojos que pone un acento, no que la aplasta bajo el dulzor. Un sutil y gran final.
www.pastamore.cl