Los muertos pasean desnudos, una antología de la obra de Omar Lara, convoca al lector a revisar otra vez una poesía en que se funden la peregrinación y el arraigo, una subjetividad poderosa y situada con un decir en que lo humano, sus brillos y desgarros, comparecen para abarcarlo todo, al poeta y su prójimo, en un cosmos engendrado y pertinente, a la vez trémulo, estremecedor y luminoso. En su itinerario poético no podían dejar de emerger las huellas de su itinerario vital —el sur de sus orígenes, el trauma del golpe de 1973, la dictadura, el exilio y el habitar desde el retorno, en un país que ya no es el mismo—, pero en esta antología se ponen de relieve las complejas operaciones poéticas que Lara lleva a cabo para transmutar todo aquello en un drama lírico universal en el cual sobresalen las virtudes procreadoras de su lenguaje. En su poesía, Omar Lara logra, en efecto, elaborar un espacio con su palabra en el que esta mantiene contacto con la realidad —entendida como lo más próximo y a la mano—, pero, a la vez, logra construir poemas que son una suerte de objeto, con su lenguaje y estructura internos, tan consistentes y unitarios que se constituyen en realidades en sí mismos, en otra forma de realidad acaso más sólida e imperecedera. “Poderío” es un buen ejemplo: “Atravesamos muros y vemos debajo del agua/ hablamos con seres de otras edades y adivinamos el porvenir/ encontramos una aguja en un pajar y la perdemos/ oh dios”.
La escritura poética de Lara se entronca y mantiene vital con lo mejor de una vertiente principal de la poesía chilena: de austera intensidad en el tono, en las imágenes y en sus usos idiomáticos. La ausencia y la presencia, los encuentros y reencuentros en sus distintas formas y extravíos y, sobre todo, el resonar insistente de la pregunta acerca del sí mismo, de quiénes somos, si es que a partir de aquella oscilación y fuga que su poetizar mantiene siempre a la vista se puede decir que llegamos a ser algo.
Los muertos pasean desnudos es un libro de plasticidad poética inusual que reclama una exégesis sutil, en el cual Omar Lara elabora, con delicadeza, oficio y sensibilidad, un obra que no cesa de aproximarse a lo real (en el sentido más universal y cotidiano) con lenguaje poético riguroso y sin concesiones, de notorio ritmo y particular y severa concreción.
Por su parte, y con algunos puntos biográficos de contacto con el poeta Lara, Juan Cameron ofrece en
Poemas de autoayuda una voz y una transmutación no menos precisa que diversa.
La nostalgia, la exaltación erótica, la percepción de la pérdida, la caída y la oscuridad, así como la alegría, el reencuentro y en desencanto concurren en un tono, imágenes y cadencia permeadas a menudo por un extraño decadentismo alejandrino o bizantino, o propio del habitante de alguna refinada ciudad del tardo imperio. Con ritmo en ocasiones agitado, sobre la base de audaces encabalgamientos y cortes, Cameron construye en este libro un cosmos poético irónico, nostálgico y lúdico, una proximidad a lo cotidiano en un lenguaje no cotidiano, culto pero adecuadamente contenido en sus referencias, acerbo y gentil a la vez.
Un muy buen ejemplo es el poema “Ágora”: “Estaba dicho ya se había advertido hasta la saciedad/ que no bajaría hacia el ágora/ que el bullicio de los musicantes agrede la ciudad/ con ritmos no entonados por el coro esas voces/ sentenciadas bestiales por jaurías de perros chivateo/ de pasos en la grava tras esos desperdicios lanzados a desgano/ Está ya dicho apenas al balcón me asomaré un instante/ a mezclar los sonidos a disfrutar del aire abajo enrarecido/ a grabar en mi toga unas cuantas sandeces/ construidas apenas/ en pretenciosa lira rasgada con desgano/ por siervos de la gleba”.
El suave sarcasmo contra sí mismo y su oficio se potencian con el énfasis airado de la atmósfera, gestos y ritos con que pinta las nuevas formas de la barbarie, aquellas que ahora dominan en el “ágora”. El poeta siempre mantiene y articula una distancia, aunque descienda y comparta con los que moran en ella. Sobre el paso del tiempo y la conciencia límpida de su irredimible efecto sobre las cosas y sobre sí mismo, construye Cameron una suerte de consolatio —la autoayuda— poética plena de humor.
El libro de Juan Cameron, aunque divido en tres partes con sellos diferentes, destaca por un único lenguaje rico y preciso, de una cadencia que mantiene sin ripios, soleado y agudo y punzante.
Ambos libros muestran a poetas maduros y vitales, y recuerdan la multiplicidad de facetas que la poesía chilena contemporánea, con gran calidad, cultiva dentro de sí misma y a partir de la cual debe ser pensada.