Que Sebastián Piñera acostumbra llegar tarde no es una novedad. El anterior gabinete, que estaba hecho para navegación tranquila, habría sido ideal a comienzos de 2019, mientras que el actual, muy apto para recorrer aguas tormentosas, era el que necesitábamos hace varios meses. Con todo, la jugada de esta semana, aunque tardía, fue hábil y sacó a relucir el mejor lado del Presidente.
Una política sana supone dos elementos complementarios: un factor de renovación y otro de experiencia. Pero en situaciones como esta, cuando el buque resulta zarandeado por toda suerte de corrientes adversas y amenaza con estrellarse contra los más variados escollos, se requiere contar con marinos experimentados, con “lobos de mar”. No en vano Aristóteles enseñaba que en la experiencia de la vida estaba la clave de una buena política.
El éxito del nuevo gabinete en ningún caso está asegurado. Tiene, sin embargo, la ventaja de que depende en buena medida de factores que residen en el propio gobierno, comenzando por el Presidente. En efecto, aunque él hubiera puesto en su equipo a De Gaulle, Churchill, Adenauer y Thatcher, su labor sería inútil si no les deja la necesaria autonomía. Hasta antes de este cambio, los ministros han sido vistos como unos “mandados” del Presidente y la culpa aquí no la tienen ellos. En esta incómoda situación han perdido ascendiente ante la oposición y en sus propias filas. De paso, figuras tan promisorias como Blumel han experimentado un grave daño.
El sistema de trabajo de Sebastián Piñera lleva necesariamente a este resultado, por sus nefastas bilaterales. En ellas, los ministros, cuando tienen la fortuna de pasar el examen y no quedar humillados ante un Presidente que sabe de todo más que ellos, deben limitarse a recibir instrucciones. No son bilaterales, instancias deliberativas donde ambas partes se enriquecen, sino —perdón por el neologismo—, “monolaterales”. Ya es hora de que el Presidente termine con esta práctica que tanto daño causa a su gestión.
Es más, incluso cuando les reconoce a los ministros cierto margen de autonomía, la costumbre presidencial de aparecer siempre en la foto y realizar personalmente los anuncios termina por restarle mérito y credibilidad a sus más cercanos colaboradores.
La fortuna de este gabinete de “lobos de mar” estará sujeta a la actitud del Presidente, al modo en que los trate. Pero también supone que este equipo haga valer su peso específico. Las legítimas diferencias que puedan haber existido entre ellos deben quedar como una anécdota. Ahora esos políticos experimentados constituyen el núcleo de un gabinete que ha de partir por exhibir fortaleza, esa virtud que ha estado muy ausente de la política chilena en el último año. Han de ser capaces de mostrar sus dientes hacia afuera y hacia adentro, si su jefe se desorienta y vuelve a sus malas prácticas. Deben ayudar a que Sebastián Piñera despliegue de manera armónica sus grandes talentos, defenderlo de sí mismo, por el bien de él y también de Chile.
Todos los nuevos ministros tienen amplias y destacadas trayectorias, de modo que parten con ventaja. No obstante, hay que tener claro que la oposición democrática los respetará en la medida en que perciba que el Presidente los valora y reconoce sus méritos. Por supuesto que puede cambiarlos cuando quiera; sin embargo, mientras los mantenga en el cargo, ellos y nosotros, los ciudadanos, debemos notar que gozan de su confianza y reconocimiento.
El éxito del nuevo equipo político depende también del comportamiento de los ministros sectoriales, que, salvo algunas excepciones, han estado más bien ausentes. No se trata aquí de que cada uno haga lo que se le antoje, para eso hay un jefe del gabinete. Pero la situación es seria y los obliga a entregar lo mejor de sí mismos en los meses que vienen, sin timideces.
Asegurado el gabinete, recién entonces podrán llevar a cabo algunas tareas que resultan urgentes, como la de poner en orden a la propia coalición. Esto incluye exigir un estricto apego a la legalidad y también a ciertas reglas no escritas, lo que podríamos denominar “estética política”. Más allá de sus méritos personales, no puede ser, por ejemplo, que el reemplazo de los parlamentarios que pasaron al gabinete sea decidido por la directiva de un partido y que los elegidos sean casualmente dos de sus miembros y el jefe de gabinete de otro. ¿Cuándo entenderán que la estética es importante?
Los parlamentarios de gobierno pueden tener muchas limitaciones, pero deberían ser capaces de entender que una situación de anomia es fatal para el país. Si cada uno está preocupado solo de sus propios intereses, ¿podrán extrañarse de que los ciudadanos pensemos que están aplicando el “sálvese quien pueda”? Eso no es ni “Chile” ni “vamos”.
Conseguida la unidad, el nuevo gabinete tendrá la tarea de tender una mano a la centroizquierda, que pasa por un muy mal momento; buscar entendimientos y ayudarla a adquirir mayor protagonismo. No se me oculta que es una tarea difícil, porque hasta ahora ha sido dominada por los irresponsables o anda acomplejada ante el Frente Amplio. Es verdad que ni ella ni el Gobierno están en una buena situación; sin embargo, con dos patas, aunque estén maltrechas, ya se puede caminar.