Aquí no se trata de lamentarse, tenemos que aprender. Y aunque todo está más que confuso, hay algunas cosas que me parecen muy claras.
La primera es que el individualismo no solo se ha metido en el ADN de la izquierda, sino que también afecta a muchos derechistas que se enorgullecen de portar la bandera de la derecha “social”, pero que en esta votación fueron ambiguos, cómplices pasivos o francos autores de lo aprobado por la Cámara de Diputados.
Que hay millones de chilenos que están en grave necesidad, nadie lo discute. Lo raro es la respuesta, que viene a decir: “Como este no es un problema nuestro, sino suyo, le permito disponer nada menos que de sus ahorros previsionales”. ¡Pan para hoy y hambre para mañana! Además, como esos dineros no están en una alcancía, tendrán que liquidar sus activos en el peor momento posible, pero esos parlamentarios aparecerán como salvadores y serán aplaudidos. Con la misma lógica, mañana les permitirán vender riñones o alquilar sus vientres para salir de la pobreza.
La segunda lección es que aquí solo se habla de la clase media, que es donde está el grueso de los votos. Voces como las de Juan Cristóbal Romero (Hogar de Cristo) y las de quienes hace tiempo vienen hablando de “los invisibles” (gente en campamentos, en situación de calle, etc.) son muy poco atendidas. Claro, el peso político de las personas vulnerables es mínimo.
La tercera es que las diferencias no se dan actualmente por partidos, sino por la presencia o ausencia de un determinado estilo de llevar a cabo la tarea política. Quienes apreciamos las formas republicanas requerimos mantener una mirada amplia; que sepamos desde un principio que los aliados políticos no estarán necesariamente en los lugares habituales. En este sentido, resulta imprescindible ayudar a que no desaparezca una centroizquierda digna de ese nombre.
La cuarta lección que podemos sacar de la situación presente es la obligación de trabajar a largo plazo. Ojalá el próximo Congreso cuente con muchas personas educadas, tolerantes y de profundas convicciones democráticas. Pero puede suceder que no sea así. En uno u otro caso, debemos preparar a las generaciones de reemplazo. Es verdad que no resulta atractivo dedicarse a la política precisamente en estos momentos, aunque tampoco hay que pensar que se trata de situaciones únicas. Seguramente había mejores panoramas que alistarse en el ejército para salvar a Europa en la Segunda Guerra Mundial, recoger niños de las calles de Santiago a mediados del siglo pasado o curar leprosos en Calcuta. No obstante, difícilmente alguien se arrepintió de hacerlo.
Se dice que la mía es la “generación perdida”: nos dedicamos a nuestro trabajo y familia, y nos desinteresamos por el mundo público. En reemplazo llegó otra que no es simplemente opaca, sino que, por su desprecio a la democracia representativa, presenta componentes de alta letalidad. Ella es el reverso de la apatía política de la generación precedente. Habrá que preocuparse desde ahora de la siguiente, que tendrá, al menos, la ventaja de no haber nadado en la abundancia.
Otra lección es la importancia del patriotismo, un bien escaso. Como se viene un duro y prolongado invierno, algunos que pueden hacerlo están tentados de pasarlo fuera de Chile; o de mandar sus capitales a un clima más seguro, a un lugar donde no los miren con desconfianza por ser empresarios ni pongan obstáculos a sus afanes de emprendimiento. Les recuerdo que, con todos nuestros problemas, aquí no está en juego la libertad o la vida, como sucedió en Chile a partir de 1970 por más de una década. El país necesita a esos empresarios y sus capitales, aunque sean despreciados e incomprendidos por buena parte de la sociedad. ¿Les estamos demandando un comportamiento heroico? Sí, eso es precisamente lo que les pedimos.
Esta crisis nos enseña también cuán importante es hablar con la verdad y actuar con valentía. Desde hacía años sabíamos que, por el aumento de la esperanza de vida, había que elevar sustancialmente la tasa de cotización previsional e incrementar la edad de jubilación. Sin embargo, ningún gobierno, ni de derecha ni de izquierda, se atrevió a decir estas cosas incómodas. Nuestras presentes desgracias nos pueden enseñar que las reformas deben hacerse a tiempo. No sería poco.
Por otra parte, en los tiempos que vienen necesitaremos personas que no le tengan miedo a la impopularidad. Si alguien no resiste los ataques de Twitter, que cierre su cuenta y no se retraiga de cumplir con su deber. Siempre es posible perder, pero en el campo de la demagogia ningún republicano tendrá posibilidades de ganar. La política se vincula más con la perseverancia que con los vaivenes de las encuestas.
Queda para el final la lección más importante. Así como no hay que dejarse vencer por la cobardía, también es necesario no dar cabida al odio ni al resentimiento respecto de quienes parecen empeñados en demoler nuestra vida republicana. Aunque nos cueste admitirlo, muchas de ellas son gente trabajadora, que tiene ideales y que quiere al país. Por eso, los rencores están fuera de lugar, lo nuestro es trabajar para llegar bien preparados y con buen ánimo al largo invierno que viene.