Sucede con las manzanas rojas. Hay varios tipos de ellas y claro que existen diferencias entre sus sabores y texturas: algunas más dulces, otras más ácidas o más crujientes o suaves. Sin embargo, cuando las manzanas están muy verdes o muy maduras, esas diferencias se anulan y ya todas se parecen demasiado. Sucede con las manzanas y también sucede con el vino.
A partir de la década pasada, en el vino chileno (como también en otras regiones productoras) se vivió algo así como una fiebre por la madurez o, mejor, por la súper madurez, lo que implicó tintos gordos, envolventes, dulces y cremosos por la influencia de su alta graduación alcohólica. El asunto llegó hasta tal punto que ya era muy difícil saber de qué variedad se trataba, si era syrah o merlot, carménère o cabernet. Manzanas cortadas del árbol muy tarde en la temporada, cepas de uvas viníferas maduradas en exceso.
Pero digamos que en la última década, quizás menos, esta tendencia ha ido disminuyendo. A veces se ha radicalizado el tema, haciendo que el péndulo se mueva hacia el otro extremo y que todo parezca verde, pero eso no ha sido la tónica. Lo que predomina hoy es una cierta moderación en el tema de la madurez. Y con ello emergen cosas interesantes. Veamos, por ejemplo, el caso de Vigno, el grupo de productores que, desde 2010, viene lanzando al mercado tintos hechos con uvas de la variedad carignan, todas de viejas parras en los suelos de secano del Valle del Maule.
En un comienzo, los vinos de Vigno eran muy similares entre sí. Y claro, eso es obvio. Todos son de carignan. Sin embargo, en las últimas cosechas, principalmente a partir de 2016, las diferencias entre cada uno de los miembros han comenzado a apuntar a sus orígenes. Son la misma manzana roja, pero los árboles no están plantados en el mismo lugar, bajo las mismas condiciones, lo que quiere decir que no todo el Maule es igual y que, gracias a esta nueva mirada a la madurez de las uvas, esas diferencias de terruños han salido a la luz con mucha claridad.
Veamos, por ejemplo, la zona de Truquilemu, a unos 38 kilómetros del mar, en una zona en donde la Cordillera de la Costa tiene poca altura y la influencia fría del Pacífico es potente, un lugar límite para la cariñena y en el que ofrece aromas y sabores más refrescantes y cuerpos no tan exuberantes. Los Vigno de Garage Wine, Carter Mollenhauer o Lapostolle tienen esas características.
En el lado opuesto, cariñena como las que obtiene Odfjell al sur de Cauquenes, donde la Cordillera de la Costa tiene mayor altitud y frena algo la influencia fría del mar o los Vigno de Emiliana o P.S. García que vienen de una zona al interior del valle, como Melozal, muestran un lado más untuoso y menos vibrante, pero a la vez más generoso en frutas y en cuerpo. Antes, estas diferencias apenas se notaban. Hoy poco a poco son una marca registrada y hacen que esto del origen de un vino (como el de las sandías de Paine o las papayas de La Serena) sea un plus.
Echen un vistazo. La cosecha 2018 de Vigno ya tiene (o tendrá muy pronto) algunos de sus vinos en el mercado como De Martino, Morandé, Undurraga, Lapostolle, Garage Wine, Bouchon, Carter Mollenhauer y Casas Patronales. Más allá de la cepa, una madurez justa ha revelado origen. Y eso, en el vino, es una muy buena noticia.