Ciertamente durante la pandemia, que nos ha afectado a adultos y niños por igual, hemos podido observar en los otros y en nosotros mismos pérdidas del control emocional que nos han sorprendido por su intensidad, desencadenadas por motivos que, mirados objetivamente, no se justifican. Estas reacciones solo pueden comprenderse por la ansiedad, los miedos y las frustraciones que se han acumulado durante el largo período de cuarentena, en que muchos de los vínculos que sustentaban el equilibro emocional se han debilitado y se han vuelto más lejanos. Los puntos de apoyo, que son los amigos, están poco disponibles y solo por vía telefónica o por correo.
En el desarrollo evolutivo, el aprendizaje de conocer, expresar y regular las emociones es un proceso largo y complejo, que requiere mucha paciencia y comprensión. La autorregulación y la autogestión de las emociones es una de las tareas más difíciles de lograr en el desarrollo afectivo. La psicóloga noruega Hedvig Montgomery, en su libro “La magia de crecer juntos”, plantea: “Los niños experimentan, como pocos, tantos sentimientos y de tanta intensidad como nosotros los adultos, solo que ellos no han aprendido a manejarlos todavía. (…) El desarrollo del cerebro depende por completo de la seguridad del entorno en el que uno se desarrolla de pequeño. Los niños que encuentran consuelo y seguridad en los adultos desarrollan cerebros que regulan mejor los sentimientos”. Si los adultos no podemos ofrecer un espacio de contención emocional y nos desregulamos con frecuencia, difícilmente el cerebro del niño podrá evolucionar para conseguir una mejor gestión emocional.
Antes de razonar con un niño que se ha desregulado (con pataleta), es indispensable contenerlo, y pareciera que la mejor forma de hacerlo es empatizando con sus emociones. Retarlos o castigarlos por su descontrol no ayuda a que se tranquilicen y recuperen su equilibrio emocional. Sentir que sus sentimientos son acogidos por las personas que él quiere, además de darle la seguridad emocional necesaria para un buen desarrollo, le permite aprender a ser empático y favorece el desarrollo de sus vínculos afectivos con los adultos a cargo de su cuidado.