Esta es la segunda película de Salvador Calvo, con una extensa carrera en series de televisión, después de “1898. Los últimos de Filipinas” (2016), donde fue premiado con un Goya en la categoría director novel, por la historia del batallón español, terco y heroico, que por casi un año resistió en la aldea de Baler el asedio filipino, hasta que España cedió y perdió los territorios insulares en beneficio de EE.UU.
Este recuerdo de la película previa tiene que ver con “Adú”, porque la de ahora es otra España, la actual y la del siglo XXI, que figura en la eterna historia del mundo, una de conquista y de migraciones, con pueblos que transitan y se trasladan, huyen y buscan refugio en otros países.
En la película conviven y se entrelazan tres cuentos, sin duda con dificultad y a veces forzadamente, porque “Adú” intenta conectarse con la nube de un drama extendido y colectivo.
La película filmada en Benín y España, incluida Melilla, la ciudad por el norte africano que colinda con Marruecos, y la última escala y el último obstáculo de los migrantes africanos, y por eso la valla metálica, la Guardia Civil y una frontera estrechamente vigilada.
En el inicio son tres policías de Melilla, en plena escaramuza con ciudadanos congoleños que cuelgan de la reja fronteriza, y a un funcionario se le va la mano y los golpes, hay una caída y el resultado es un muerto, viene el juicio, la solidaridad grupal y la duda que carcome al policía Mateo (Álvaro Cervantes).
Luego está Gonzalo (Luis Tosar), un millonario ecologista que en Camerún combate a los que matan elefantes y trafican marfil, mientras lidia con su hija Sandra (Anna Castillo) y su afición a la droga.
Y el relato que le otorga el título a la película y, sin duda, es el cuento vertebral y el más logrado: Adú (Moustapha Oumarou), un camerunés de seis años, es el protagonista de una larga y penosa travesía en busca de España, donde vive su padre.
Primero viaja junto a su hermana adolescente, Alika (Zayiddiya Dissou), a pie, apretujados en camión, en autos destartalados o en el estómago de un avión de Jetsky, como polizontes desesperados, famélicos y asustados.
Luego lo acompaña Massar (Adam Nourou), un joven de Somalia, que quiere lo mismo que el inocente Adú y los centenares de africanos que acampan y juntan fuerzas en el monte Gurugú, por Marruecos, y para ese último asalto –ilegal, arriesgado y hasta mortal, pero qué importa– antes de intentar ingresar a España.
La película extiende nombres de lugares y capitales: Yaundé, Nuakchot o MBoulá, también Dakar y Alhucemas, porque de todos esos sitios y de tantos países pobres e ignorados provienen los ríos y las rutas de la migración.
Y del relato gigantesco y terrible, la película rescata el cuento del niño que se llama Adú, y a esa historia, la verdad, le sobran y estorban las otras dos.
“Adú”. España, 2020. Director: Salvador Calvo. Con: Luis Tosar, Moustapha Oumarou, Álvaro Cervantes. 120 minutos. En Netflix.