Esta es la primera película de Gaspar Antillo y es un gran debut no porque sea una historia sin defectos, pero mantener el misterio, aprovechar el guion hasta su última gota, descifrar a los personajes y contar, tan sinceramente, una historia de amor sin rodeos ni dobleces no es algo habitual en el cine chileno.
En el centro, el volumen físico y los secretos de Memo Garrido (Jorge García), que parten en su niñez, cuando compitió en un concurso televisivo y no había mejor voz que la suya, pero carecía de atractivo, acaso de presencia y de sensualidad juvenil.
El niño fue relegado, su voz comprada para un rival y el presente está distante de Miami, la ciudad donde probó fortuna, porque ahora es un hombre joven que le hace compañía a su tío Braulio (Luis Gnecco), en una casa pegada al lago Llanquihue, donde viven de las ovejas y de su lana y su cuero.
A su tío le dicen ermitaño y tendrá sus razones, le gusta el básquetbol y en un pasado probablemente está la música, algo que comparte con Memo, porque los sonidos de los instrumentos inundan la casa y se mezclan con el cantar y graznar de pájaros, también el viento, la lluvia y sus gotas, los crujidos del sofá y el rechinar de las tablas del piso.
Esos hombres viven solos, pero no están solos, los acompañan la cascada, el bosque y el respirar de la naturaleza del sur chileno, pero también algo invisible y duradero: los sentimientos. El tío quiere a su sobrino, entiende su encierro y lo protege del pasado, es decir, no pregunta tonterías y guarda sus secretos, como hacen los mejores amigos.
La película, por cierto, necesita respuestas y lo hace con pausa y sin prisa, incluso con giros y sorpresas, porque en su caminar nunca dejará a nadie de lado, y por eso, precisamente, se resiente ese uso inútil del dron, útil para el paisaje turístico, las vistas aéreas y acaso el catastro de propiedades de impuesto internos, pero no para acompañar los pensamientos y motivos de los personajes.
Son planos aéreos que se sobreemplean como juguete nuevo y hay desperdicio no solo en esta película, porque tanto Memo, en su vagar por la casa y alrededores, como la vecina de un pueblo ribereño, Marta Navarro, interpretada por una magnífica Millaray Lobos, merecían más proximidad y detalles.
Memo, en la enormidad de su enigma, y especialmente Marta, para descifrar su curiosidad sencilla y encantadora, acaso el interior de su casa, porque su vida y tienda de moda necesitaban mejor compañía, es decir, más planos y desde luego, menos dron.
Esto es algo que se le puede pedir al director, porque Gaspar Antillo parece consciente del recurso, incluso lo reconvierte e integra al guion como personaje alado y metálico, un aparato fisgón que en manos del periodismo descubre y asedia el refugio de Memo.
Lo anterior, en todo caso, en ningún caso opaca los méritos y la nítida decisión narrativa: contar simplemente una historia de amor.
“Nadie sabe que estoy aquí” es una gran primera película.
Chile, 2020. Director: Gaspar Antillo. Con: Jorge García, Millaray Lobos, Luis Gnecco. 91 minutos. En Netflix.