Cosa fea la gula, cuando verdaderamente es gula: comer por comer y sin importar nada, es cosa fea. Recordará, Madame, esa película tremenda, “La grande bouffe” (“La gran comilona”), en que los protagonistas se encierran en una casa a comer como forma de suicidio.
Hete aquí que todos estamos también encerrados comiendo, aunque la muerte nos sobrevendrá no por el exceso de ingesta, sino por el “pirihuín” aquel que circula. Y no es fácil dar en la gula, porque el delivery es, por lo general, bien porcionado, bien medido, sin perjuicio de la calidad.
No tocó, esta vez, el Danubio Azul, viejo restorán chino que conocimos en el centro de Santiago in illo tempore, sito, si no recordamos mal, en la calle Agustinas, cerca del cerro. Lamentamos, eso sí, que las limitaciones que impone esta forma de entrega nos haya privado de la sopa “ifumin”, que hace unos sesenta años atrás nos trastornó la psiquis deliciosamente.
Comenzamos con un plato de Dim Sum compuesto de diez gyosas ($9.000) de diversos tipos y rellenos. Muy, muy competentes las gyositas, bien hechas, de rellenos bien identificables (los picadillos misteriosos causan siempre recelo).
Ellas dieron paso a un plato especial para los amantes del ajo (diríamos, solamente para amantes del ajo), el chancho PDA, nombre que nos pareció prosaico y de malas asociaciones (como DRA…) hasta que nos dimos cuenta de que era la sigla de Palacio Danubio Azul ($10.200): muchos filetes, cocidos a punto, de chancho en una salsita supremamente ajosa, indescriptiblemente ajosa, maravillosamente ajosa.
Nos pareció menos digno de encomio el plato siguiente, que fue un pollo a la naranja (ese día no había pato en ninguna de sus formas): tanto por su aspecto paliducho como por su excesivamente discreto aroma a naranja, nos dejó la sensación de que, decididamente, podía haber sido mucho mejor ($10.400): se trata de cubitos de pollo, revolcados en maicena y fritos, con su salsita cítrica desvaída. En fin, habrá a quien le guste así…
Para terminar pedimos un filete con fettuccini ($11.400), puesto que en los copiosísimos banquetes chinos la pasta, en diversas formas, se sirve hacia el final, para “asentar el estómago”, según nos contaba una vez una china experta. Agradecimos la porción generosa de pasta, que nos gusta muchísimo, con buenos trozos de blandas carnitas y un aroma delicado verdaderamente cautivante.
El arroz chaufán muy rico, y en cantidad generosa (se agradece). Y en materia de postres, este restorán abandonó la tradición de los “merengones chinos” que servía en su época de Agustinas (merengue entre pétreo y marmóreo, empalagosísimo, helados, frutas, salsas, etc.; hay que decir, claro, que eran típicos de todos los chinos de esos años), y se ha “globalizado”: esta vez pudimos apreciar una crème brûlée ($5.400) que, como flan, estaba bien, pero a la cual le faltaba (era inevitable) el toque tostado de último minuto.
Delivery propio llamando al 2 22344688.