Entre experimentaciones mutuas —del cliente fiel y su restaurante en conversión— e irse a la segura con expertos en delivery, en esta ocasión el riesgo se minimizó con el resultado esperado. Porque Rocoto lleva sus buenos años especializado en la comida peruana para llevar. Sin precios de ocasión, pero también con una calidad estable, cuenta con una cobertura bien amplia, gracias a sus sucursales en Las Condes, Vitacura, Ñuñoa y Santiago Centro. Además, maravilla, en estas últimas dos tienen una segunda identidad como La pollería, haciendo plumíferos a las brasas a la peruana: o sea, full aliño y adobo en el exterior, y con harto cuidado para que no queden secos estilo momia en su interior (por lo menos, en esta ocasión fue así). Entonces, fue como ir a dos restaurantes en uno, como una doble salida.
Del primero, una carta bien peruana (con algunos chasconeos, como un cebiche de salmón al apio), con su buena parte dedicada a los vegetarianos (aunque no tenían tallarín saltado animal friendly en esta ocasión). Para esa ala del hogar, una porción de yuca frita ($5.790, y ya fue dicho que no es una picada) y un cebiche de champiñones ($7.950), con el hongo en láminas semicocidas en el limón, en lo que es una opción mejor que la del champiñón en remojo, es la verdad. Con harto choclo de grano grueso y su cebolla morada, califica como una ensalada alimonada bien llenadora y fresca. La salsa de rocoto se cobra aparte ($300). Y como plato bien de fondo, una porción de arroz chaufa con mucho vegetal ($7.490), en una porción que es como de plato hondo bien lleno.
Para el sector carnívoro, un tallarín saltado con lomo ($8.490), tan maravilloso siempre, sin excesos de salsas y con ese acento al jengibre, su cebolla, sus gajos de tomate y la carne blanda. Pero antes fue el turno de una causa de atún ($6.600) que se notaba hecha en el día (hemos sufrido con otras gélidas y sin sabor), con su identidad de plato hogareño entre el puré, la proteína de tarro glorificada y la mayo. Y también tiene algo de magdalena de Proust (o de ratatouille de película Pixar, en clave cultura pop) el pollo a las brasas, en este caso un combo individual (a $6.190) que incluía papas fritas, bebida y ensalada (que por $200 más pasaba a ser “ensalada premium”). Se ofrece la opción de trutro o pechuga, y esta última llegó como ya se dijo: bien aliñada en su exterior y a punto en su carne. Entonces vaya la sugerencia: no estaría mal pedir el bicho entero, porque entre la picardía del norte y la fomedad local, no hay cómo dudar.
Cerró el pedido un par de postres ($3.910 cada uno), suspiro limeño y un cuatro leches con salsa de frambuesa en su fondo. En sus potes plásticos de delivery, como debe ser, y bien frescos, que también se ha sufrido con betunes fanés en otras tristes ocasiones.
Entonces, no hay pérdida en esta comida, como para aliñar el encierro.
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