En estos días de delivery se han revelado unas cuantas verdades. Primero, que pedir frituras no es una buena idea. Ni cosas que debieran llegar crocantes y llegan blandengues. Eso, en este caso, ocurrió con los chilaquiles, que son chips de tortilla de maíz (totopos) que se sirven en estado de semilanguidez (en parte, húmedos de salsa; en parte, crujientes por naturaleza), pero que después del traslado y la predecible condensación en el pote, llegan como podía esperarse por eso mismo: en estado toallesco.
Ricos igual, porque la sazón de El Zócalo es buena, pero en estos casos crujientes hay que hacer el luto no más y esperar a que levanten la cuarentena. En fin. Y hay otro tema y es el del “ármelo usted mismo”, cuando vienen el cilantro picado y la cebollita embolsados que, al pedir hartos platos, llaman a la confusión (cuando el receptor no es muy chilango, por ser). Entonces, ¿alguna guía, por favor? Lo mismo con las salsitas anexas, un par por defecto junto a la mayoría de los platos, y que vienen con unos garabatos escritos en plumón encima. Entonces, por favor, para evitar la cuasi jubilación de una porción de la lengua tras el picor de la llamada 3 amigos, se les aconseja poner rótulos claros. Y rebautizar a la “Macha” —es una modesta sugerencia—, porque ya estamos en otros tiempos.
Y ya. Armado el envío —que está disponible en varias comunas, considerando locales en Providencia, las Condes, Santiago centro y la Florida, según su sitio web—, se partió con un aperitivo de totopos con guacamole y puré de porotos refritos ($3.990) y una singularidad: costra chilanga ($1990), que es una buena cantidad de queso tostado en la plancha. En el ex DF la usan como tortilla contenedora o como envoltorio, pero en este caso va solita. Raro y rico. Luego dos variedades de tacos, que vienen con sus cuatro tortillas cada uno (de esas pequeñitas, que son las de a de veras). Chanchito con piña y achiote (al pastor) y una porción de proteína de soya bien condimentada, para el vegetariano de la mesa (a $4.990 cada orden de tacos). Nada ardiente, que para eso son las enigmáticas salsas.
Los otros platos fueron, apelando a lograr variedad sobre la mesa, unas sincronizadas ($7.990), que son tremendas tortillas de trigo con queso derretido, algo de puré de poroto y una proteína a elección (pollo en este caso). Un hit, lo mismo que unas flautas ($8.990), que son tortillas enrolladas y fritas, por lo que son crujientitas (y estas sí llegaron impecables, vaya), con algo de lechuga en juliana y crema agria. Rellenas de vacuno se pidieron.
Para beber ofrecen alcoholes varios y también agua de Jamaica y horchata, que viene en una botellita, pero que en esta ocasión no tenían. Hay más platos vegetarianos, y también comida en cantidades mayores —unos combos— que, junto a una buena orden de tortillas, pueden resolver el tema de la confusión en el armado final. Porque respecto al sabor, cero reproche.
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