Bricke (Edgar Ramírez) lidera una pandilla muy deteriorada, como el resto de las bandas de la ciudad, porque ante el caos generalizado y la invasión de la delincuencia, el gobierno central está por implantar una solución final.
La AIP (American Peace Iniciative), con el lema “El fin del crimen”, decidió conectar en el territorio de Estados Unidos una señal electrónica que traspasa la corteza cerebral y manda a la lona a todo criminal que actúe o piense como tal.
No está claro lo que sucede con los que no califican como delincuentes, es decir, aquellas personas a las que ocasional y fugazmente se les podría cruzar por la mente un acto fuera de la ley.
Esto explica que como la ciudad es fronteriza con Canadá, ya son miles los que salen del país, en la mayoría se presumen inocentes, pero en la duda y ante una señal implacable que no admite matices, no hay alternativa: escapar a perderse.
La medida del gobierno es tan radical que decidieron suprimir a la policía, innecesaria en un nuevo mundo inhóspito para gente como Bricke, porque no tendrá margen de acción y eso explica que el hombrón transite melancólico y preocupado porque su pandilla, entre paréntesis, se desmembró por las traiciones y la cárcel, pero no hay que engañarse: el gran problema es la señal.
El dial y su intensidad provocan desde una cefalea a un temblor de cabeza insoportable, y a un criminal se le podría freír el cerebro, algo que a Bricke no debería preocuparle. O bien dejarlo idiota. Pues bien: tampoco.
En estas raras circunstancias, Bricke acepta el plan de un hampón excéntrico: Kevin (Michael Pitt) y de paso los favores de Dupree (Anna Brewster), que es el tipo de mujer —según una voz en off— que cuando entra a un local se detiene el aire, lo que demuestra que la voces en off no saben de lo que hablan.
El plan maestro consiste en robar mil millones de dólares y hacerlo rápido, antes que se active la señal de la AIP, que parte desde una torre tipo Entel.
En el cine, en general, se dice que la ambigüedad es un don. Es una forma de verlo, pero en realidad no hay plan, porque en “Los últimos días del crimen”, desde el guion a la dirección, y no digamos las actuaciones, si algo no hay es plan.
Kevin, el hampón, piensa frecuentemente en nada y en ese gran vacío, cualquier señal se confunde y pierde.
A Dupree, es verdad, como que se le acaba el aire y trastabilla, pero eso sería.
Y cuando la intensidad electrónica se hace insoportable, un atontado Bricke hurga en su bolsillo y las encuentra: dos cápsulas rojas de origen ruso. Es neurotoxina, se las toma y adiós señal.
En esta época perturbada por el maná de las recomendaciones en racimo, esta película se puede ver tanto en tiempos de sanidad como de pandemia, porque el cine nunca está demás, sin embargo, valga una señal sincera y temeraria: maldición eterna para el que recomiende esta película.
“The last days of american crime”. EE.UU., 2020. Director: Olivier Megaton. Con: Edgar Ramírez, Anna Brewster, Michael Pitt. 148 minutos. En Netflix.