Una de las experiencias más dolorosas que las personas deben enfrentar es la muerte de una persona querida. Se trata de una experiencia cósmica que nos conecta con todas las pérdidas que hemos tenido, con las que podemos llegar a tener y, por supuesto, con nuestra propia partida.
Si bien cada experiencia es distinta y dependerá de las circunstancias personales y contextuales en que se producen, es necesario comprender que hay que darse permiso para sentir y expresarlo a quien pueda acoger estos sentimientos.
Las características particulares de esta pandemia que estamos enfrentando, nos ha privado de la posibilidad de despedirnos de nuestros seres queridos, así como de poder acompañar a sus familiares para elaborar la partida juntos y así liberar las emociones que se suscitan y aceptar la irreversibilidad de la muerte a nivel afectivo.
A pesar de las enormes limitaciones y las dolorosas circunstancias que rodean un proceso de duelo en el contexto de esta crisis, se hace indispensable generar espacios para poder dar y recibir consuelo, para acompañar y ser acompañado. Esto es fundamental, tanto para niños como para adultos.
La tristeza, el miedo y —porque no— la rabia son emociones que requieren ser expresadas y tener a alguien que pueda escuchar y acoger empáticamente. Según Santiago Rojas, en su libro “El manejo del duelo”, solo a partir de los 9 años hay una comprensión de la muerte semejante a la que tienen los adultos: “A los nueve años se logran comprender los cuatro conceptos de muerte. Estos son: no funcionalidad orgánica a ningún nivel, su irreversibilidad, el hecho de ser inevitable, además de permanente y universal, ya que nadie escapa a ella”.
En todas las edades, las emociones de miedo, culpa, pena, rabia y ansiedad de separación están presentes. En este contexto, aparece fuertemente la sensación de impotencia y rabia de no poder despedirse, darle a los seres queridos la ceremonia que se merecían o no contar con la compañía que se añora en esos momentos. Son sentimientos muy legítimos, pero hay que buscar la manera de que los niños puedan expresar lo que sienten y acompañar a los que se quedan.