Esta historia transcurre en el suburbio de Saint Denis, por el norte de París, en torno al barrio de Franc Moisin y específicamente en una de las escuelas públicas del lugar.
Es el comienzo de un año escolar y la rectora y profesores reciben a Samia (Zita Hanrot) y a sus cinco monitores, porque es la nueva consejera que con su grupo debe imponer disciplina, orientación y educación a esa generación de nuevos franceses que son hijos o nietos de migrantes.
La composición multicultural de esa zona de la ciudad, su pobreza y carencias, son el eje de “La vida escolar”, donde además los dos directores de la película son nacidos y criados en la zona de Saint Denis.
Mehdi Idir, incluso, estudió precisamente en esa escuela de Franc Moisin.
Y el otro director firma con el seudónimo de Grand Corps Malade (Gran Cuerpo Enfermo), el nombre que adoptó Fabien Marsaud, reconocido músico y poeta, después de superar un accidente que lo tuvo lisiado y sin mover sus piernas durante un año.
La primera película que ambos filmaron, “Pacientes” (2016), es precisamente la historia de esa tragedia y el largo proceso de superación personal.
“La vida escolar”, entonces, es una película construida sobre las experiencias y recuerdos de los directores, y su ánimo es constructivo, voluntarioso y más bien descriptivo, mucho antes que crítico con el sistema, alumnos y cuadros de profesores. Y con estos componentes, por cierto, no se hacen buenas películas.
Los directores se limitan a poner sobre el escenario sus recuerdos y los van hilando con la simpleza analítica del diario mural básico y acrítico, y del mismo modo describe a los personajes.
Acaso el mejor, aunque muy secundario, es el de Farid (Hocine Mokando), un joven que es extraordinario mintiendo, a los profesores y en su casa, porque enhebra cuento tras cuento, y cada uno más fantástico que el otro.
Los alumnos, por cierto, se comportan según el manual del desorden y la mala educación, pero en el fondo son buenas personas y es cosa de ponerles interés y, desde luego, comprender su contexto social.
El tema predilecto entre los profesores es la vocación y algunos entregan lo mejor de sí mismos, aunque es evidente que eso cansa y no alcanza.
Samia, la consejera, logra que los escolares más desvalidos, puedan llevarse una ración extra de colación a la casa. No es mucho, pero algo es algo.
Algunos profesores, donde destaca el de Educación Física, padecen discapacidades que no les impiden hacer su trabajo, porque el deterioro es evidente, pero leve.
Hay un simpático monitor y guía educativo, por último, que consume droga, claro que en dosis menores, que le compra a un alumno que es traficante, pero también en bajas cantidades.
Todo es así en “La vida escolar”: ínfimo, pequeño, baladí, intrascendente y sembrado de anécdotas irrelevantes.
La película también es así.
“La vie scolaire”. Francia, 2018. Director: Mehdi Idir y Grand Corps Malade. Con: Zita Hanrot, Soufiane Guerrab, Liam Pierron. 111 minutos. En Netflix.