Las restricciones a la libertad y al intercambio, donde incluso el comercio entre países se está coartando, son un duro revés para las personas y para la economía. El ser humano es por naturaleza social. Como nos dice Aristóteles, vivimos y aprendemos interactuando en sociedad. Y como nos recuerda el padre de la economía, Adam Smith, el fundamento y motor de la economía es nuestra “propensión al intercambio”. Esta pandemia, que cobrará muchas muertes, afecta el intercambio social y económico. En otras palabras, mata y atenta contra nuestra naturaleza social y comercial.
Por si fuera poco, como anunció el FMI, enfrentamos la peor crisis desde la Gran Depresión. El panorama económico será desolador. Y en el mundo surge la pregunta de si es mejor el remedio que la enfermedad, si privilegiamos la salud o la economía. Es el viejo dilema moral entre el imperativo categórico de la vida como un fin en sí misma y el análisis costo y beneficio utilitarista. La respuesta es que hay que evitar los extremos.
Desgraciadamente, no existe una receta para esta pandemia. Solo algunas experiencias y todavía mucha incertidumbre. Sabemos que no tendremos una vacuna pronto. Y es un hecho que a lo menos el 60% de la población se contagiará. Por lo tanto, un extremo sería dejar que todos nos contagiáramos hasta alcanzar la inmunidad. Morirían muchos. El otro nos exigiría mantenernos en cuarentena hasta que aparezca una vacuna. Colapsaría la economía. La experiencia internacional y el sentido común indican que no debemos seguir ninguno de estos extremos. No se puede optar por el remedio ni por la enfermedad. Debemos, en cambio, conciliar salud y economía, moral y producción, vida y consumo. No es lo uno o lo otro. O lo uno sobre lo otro. Son ambas cosas.
Hasta ahora en Chile lo hemos hecho bien. Pero debemos ser cautos. Se avecinan más muertes y una recesión profunda que puede ser más larga de lo que imaginamos. Los paquetes anunciados son necesarios; pero ahora necesitamos una estrategia que nos permita, buscando el término medio entre los extremos, un sano equilibrio. Es aquello que Aristóteles llamaba in medio virtus.
La estrategia es simple en el papel, pero muy difícil en su implementación. Cuidar a los ancianos que viven solos o en asilos. Es un primer paso en el que estamos avanzando. En seguida, un ambicioso y masivo plan de testeo para detectar contagiados, que además exige identificar y testear a los potenciales contagiados. Esta es la estrategia que han seguido Corea del Sur y Singapur, con bastante éxito. Los contagiados van a cuarentena, pero los demás siguen trabajando, sosteniendo y empujando la oferta y la demanda. Así se concilia el objetivo de velar por la salud manteniendo la rueda de la economía.
Es una tarea monumental. Habrá muchos errores, por cierto. Nuestra capacidad hospitalaria se pondrá a prueba. Pero también es posible que, como país, salgamos fortalecidos de esta crisis. No olvidemos que Chile tiene la experiencia de la gran crisis del 82, pero esta vez lo haremos bajo una democracia liberal. Lo que está en juego es precisamente eso.
El imperativo de cuidarnos para cuidar a los demás combina responsabilidad individual con preocupación por los demás. Es la mano invisible bien entendida. Pero esa mano no se mueve sin intercambio. No en vano, para los griegos la catalaxia —que es el intercambio— también significaba “cuando un enemigo se hace amigo”. El intercambio que nos vuelve amigos se refiere no solo al libre comercio, sino también al intercambio social y a la sana deliberación. El sentido y significado de la catalaxia es lo que sustenta nuestra economía y también la democracia liberal. Por eso debemos promover el saludable intercambio que le permita a la economía volver a girar con velocidad y energía.