En el prólogo a este libro, su traductor y antologador, el chileno Antonio Díaz Oliva, da cuenta de un renovado interés en la obra de Henry David Thoreau (1817-1862) entre la generaciones más jóvenes de lectores. Ese dato, en principio circunstancial, parece ya una buena justificación para que se intente desde Chile presentar a este autor norteamericano, con un apellido que suena francés, pero cuya figura extravagante ocupa un lugar importante en el período formativo de las letras del país del norte, compañero de generación de Hawthorne, Melville, Emerson y, en otra esquina, del mismo Poe.
La figura de Thoreau es bastante atípica —una inestable mezcla de poeta, filósofo, naturalista, diarista y ensayista— que puede ser percibida de pronto como una suerte de ermitaño, ejemplo de la búsqueda del retiro y emboscamiento “antimoderno”, y por otro lado, un ciudadano promotor activo de ciertas causas que lo enfrentaron con las convenciones políticas de su época, una figura si bien con pluralidad de facetas, unitario en cuanto a su afán persistente de dar testimonio práctico, a través de acciones concretas, de las ideas y opiniones declaradas en sus escritos.
Como lo señala certeramente Pierre Hadot en su
Filosofía como forma de vida, Thoreau pertenece a una tradición de pensamiento que se remonta a la antigüedad clásica, según la cual la filosofía no consiste meramente en un conjunto de postulados teóricos que plantean preguntas, discuten las respuestas que se han dado a ellas e intentan nuevas aproximaciones, sino implica un compromiso práctico del filósofo; es, en lo esencial, un modo de ser, de estar en el mundo consecuente con la ideas que se sostienen. Estas configuran la vida del pensador y, a la vez, brotan de esa vida. El pensamiento legado por Thoreau tiene, en consecuencia, un marcado carácter autobiográfico y está empujado por un poderoso impulso moral, por lo cual, lo que se persigue finalmente es una transformación individual y política que lo compromete a él mismo en un sentido fuerte. Si vivir en conformidad a la naturaleza y practicar una existencia orientada por la sencillez (“Simplicidad, simplicidad, simplicidad”) son principios rectores de su moral —en absoluto originales—, Thoreau tuvo el mérito de llevarlos a la práctica —por un tiempo y en alguna medida al menos— y se retiró a vivir durante casi dos años en una modesta cabaña en medio de un bosque y a la orilla de una laguna —la laguna Walden—; si sostuvo una actitud crítica frente al gobierno de su época —rechazaba el esclavismo y consideraba injusta la guerra contra México—, adoptó no solo una postura teórica a favor de la desobediencia civil y el derecho del pueblo a la revolución ante un gobierno corrupto —tampoco originales—, sino que, además, prácticamente, dejó de pagar impuestos y estuvo dispuesto a ser encarcelado —de hecho pasó una noche en prisión— por su rebeldía. Thoreau es, así, un autor que predica y practica.
El pensamiento de Thoreau no es sistemático y su género ensayístico sigue un decurso torrentoso —amaba los ríos— no pocas veces vacilante y enrevesado. La popularidad actual de sus ideas —muy de la mano de su coherencia vital— es un ejemplo de lo azarosa que resulta la recepción de un pensamiento respecto de las actuales audiencias y cómo el cambio en el contexto social y cultural puede revitalizarlas, captar amplios públicos y abrir nuevas interpretaciones de los mismos textos.
La prosa de Thoreau no es fácil y el traductor opta, correctamente, por apegarse a la literalidad lo cual le concede a la sintaxis un estilo, en ciertos fragmentos, inusualmente intricado que fuerza a segundas lecturas o que aparece dotado de un léxico correcto pero con un dejo arcaico en términos como “exhilarante”, “expectaciones” o “soñolencia”.
En
Henry David Thoreau. Una vida salvaje y desobediente, además del sintético prólogo, Díaz incluye una cronología; una traducción de “Donde viví y para qué viví”, uno de los capítulos más importantes de
Walden; una selección de entradas de su diario, y el ensayo acerca de la desobediencia civil, piezas suficientes para que cualquier lector pueda formarse un panorama de la escritura y pensamiento de Thoreau.
El núcleo literario y doctrinario de Thoreau parece, con todo, centrarse en su rechazo a los valores y formas de vida urbanas y burguesas. Es en esa crítica donde las nuevas generaciones pueden encontrar un espejo para sus propias ansiedades y preocupaciones. El reverso de esos valores y formas de vida se encuentran retratados en su diario y, sobre todo, en
Walden, la vida en los bosques, textos en los que Thoreau hace gala de una prosa precisa y a la vez poética que le permite desplegar con brillo su extraordinaria capacidad de observación de la naturaleza y una comunión y amor hacia ella misma fuera de lo común en la tradición de Occidente.