El húngaro Mihaly Kertesz dejó Europa a los 40 años y 58 largometrajes en su filmografía, por lo que llegó a Hollywood en 1926 y ya fue Michael Curtiz (1886-1962), contratado por Harry Warner, el mayor de los hermanos, para potenciar un estudio fundado en 1923.
Curtiz estuvo 28 años bajo contrato y su nombre está asociado al de un artesano eficiente y empleado ejemplar, con algunas grandes películas incrustadas.
Filmó 167 películas y fue uno de los más prolíficos de la historia, desde “La carga de la Brigada Ligera” (1936) a “El suplicio de una madre” (1945) o “El halcón de los mares” (1940) a “El hombre de bronce” (1951) y entre medio un pequeño gran western: “El orgulloso rebelde” (1958) y una rara película de propaganda, “Misión en Moscú” (1943), con loas a la URSS y Stalin, lo que acentuó su calidad de funcionario de la Warner Bros., que así respondió a una petición del gobierno de EE.UU., que hoy por hoy, se lee increíble.
El título que supera su fama y nombre es “Casablanca” (1942), y “Curtiz”, una producción húngara, se introduce apenas en las oficinas de Jack L. Warner (Andrew Hefler) y casi todo su metraje transcurre en las bodegas convertidas en estudios de cine, donde se filma “Casablanca”, y para eso su color en blanco y negro, en ocasiones rojo profundo y también un halo de luz azul, porque la película busca recrear una porción de tiempo que está bajo las brumas de la leyenda y la admiración.
Warner, en el comienzo, le pide a Curtiz (Ferenc Lengyel), que olvide ángulos raros, grúas eternas y posiciones de cámara ocurrentes, es decir, nada demasiado creativo y que mejor se enfoque en contar un historia edificante, la guerra está que arde, y se necesita ánimo y patriotismo, subraya el señor Johnson (Declan Hannigan), un enviado del gobierno que revisa, aprueba y eventualmente censura.
Tamas Yvan Topolansky, el joven director de “Curtiz”, hace justamente lo que el productor Jack L. Warner no quiere y la película se inunda de tomas circulares, abundan los ángulos obtusos y una pesada carga de pretensión artística. Aunque habría que abrir un paréntesis para los créditos de la película, porque son notables.
Lo que queda en claro es que Curtiz es egocéntrico, cruel y arrogante, y además un mujeriego de las siete suelas, que está entrampado en las dudas.
Está pendiente de las noticias de Europa que conciernen a la desesperación y huida de su familia judía.
Y además, su hija Kitty (Evelin Dobos), a la que mantenía lejos y a raya, llegó al estudio y hasta se convirtió en extra.
En ese clima anda iracundo y no sabe cómo seguir adelante.
¿Debe Rick irse con Ilsa a América? No descarta acabar con Víctor Laszlo, vacila entre matar o no matar al oficial alemán y menos sabe cómo diablos terminar “Casablanca”.
Al final, por cierto, le pegó el palo al cine, salió premiado y hasta ganó el Oscar como Mejor Director.
¿Cómo sucedió?
El crítico Andrew Sarris lo explicó: “El más feliz de los accidentes felices”.
“Curtiz”. Hungría, 2018. Director: Tamas Yvan Topolansky. Con: Ferenc Lengyel, Evelin Dobos, Andrew Hefler. 98 minutos. En Netflix.