Tal como un carpintero ocupa su martillo, los economistas sugerimos utilizar políticas contracíclicas para empujar una economía débil. Las discusiones típicas son de dosis y de instrumentos, pero el objetivo es claro: estimular el crecimiento ahora, ya. Sin embargo, la situación actual no es como un clavo. Los martillos sirven poco.
En los ciclos económicos habituales existe un embate inicial que reduce el crecimiento; por ejemplo, una ola de desconfianza. Las empresas y familias ajustan sus gastos. Para atenuar el ciclo se utilizan las políticas monetaria y fiscal.
Hay casos más complicados, como una crisis financiera internacional, pues los espacios de maniobra se reducen. Pero, al final, el martillo seguirá siendo la herramienta adecuada.
La disminución de la actividad económica que trae aparejada el SARS-CoV-2 es un caso distinto. Si las autoridades no hicieran nada, el miedo al contagio produciría cierto distanciamiento social y, con ello, alguna menor actividad.
El distanciamiento, sin embargo, sería menor al óptimo. Como cada persona no internaliza todos los beneficios que genera su propio aislamiento, rápidamente habría más contagios y tendríamos demasiadas muertes evitables (Eichenbaum et al. 2020).
La autoridad, reconociendo que este equilibrio de laissez-faire es inapropiado, debe imponer medidas coercitivas que profundicen el aislamiento. Opta, por buenas razones, por limitar las posibilidades de trabajar, lo que implica una menor actividad económica (cuánto limitar es una discusión distinta y compleja).
En este cuadro sería una evidente contradicción sugerir una gran política contracíclica. Las medidas necesarias para contener los contagios producen, como consecuencia, un período de hibernación de la economía. Por supuesto, si hay otros factores que amplían la contracción inicial, será necesario estimular la demanda, pero eso no es lo central.
La clave —y es aquí donde hay que usar destornilladores y no martillos— es que (i) las medidas de aislamiento funcionen y no provoquen costos insostenibles para las familias, y (ii) que una vez que se terminen, la economía pueda recuperarse rápido, sin arrastrar un pesado legado de empresas quebradas y alto desempleo.
Para lo primero es imprescindible que los servicios básicos y la cadena alimentaria funcionen y, a la vez, que las personas tengan un mínimo de ingreso sin la necesidad de salir a trabajar. Esto es necesario tanto para que el aislamiento o cuarentena funcionen, como para que todos tengan acceso a un mínimo. Incluso, puede evitar tensiones sociales que terminen en reacciones insospechadas.
El Gobierno ha diseñado un plan adecuado para los trabajadores que tienen acceso al seguro de cesantía. Ellos logran ingresos y mantienen un valioso vínculo laboral para después. Las empresas alivian su carga de gastos (pagan sólo las leyes sociales). Por otra parte, el plan de bonos para los que no tienen acceso al seguro sigue siendo muy insuficiente.
No se trata de reemplazar completamente los sueldos perdidos. Los gastos de los hogares durante la hibernación serán menores. Pero, tal como hemos argumentado con algunos colegas en estas mismas páginas, es clave dar seguridad económica.
En relación con la salud, además de tener más camas críticas, es necesario fortalecer la maquinaria de testeo-aislamiento para poder levantar las cuarentenas. Es costoso que se prolonguen en el tiempo y la necesidad de repetirlas dependerá de cómo se manejen los contagios posteriores.
Para el segundo tema clave —que la menor actividad no tenga efectos persistentes en la economía— es crucial que exista un financiamiento apropiado. Muchas empresas necesitarán crédito para sobrevivir estas semanas o meses. Es útil lo que ha hecho el Banco Central, especialmente su provisión de liquidez a los bancos, así como la postergación del pago de impuestos que decidió el Gobierno.
Lamentablemente, estas medidas son insuficientes para el problema que enfrentamos. Es necesaria una serie de medidas financieras adicionales. Por ejemplo, coordinar una postergación obligatoria de las cuotas de créditos (a no ser que el cliente quiera pagar), posiblemente por dos meses, y sin cambiar las provisiones. Sin esta coordinación veremos mucha publicidad y poca acción.
Asimismo, el Gobierno debería desplegar un gran fondo de garantías para créditos nuevos, incluyendo a empresas grandes. Aunque es imposible evitar filtraciones a créditos anteriores, se debe apuntar a que aumente el crédito.
Por supuesto, todo lo anterior debe calibrarse de acuerdo con nuestras posibilidades fiscales. No somos ni un país desarrollado, ni estamos al borde del abismo fiscal.
Tomar o no medidas a tiempo no afectará mucho la contracción económica de corto plazo. Es un efecto que tendremos que pagar. Sin embargo, las medidas que se acuerden serán fundamentales para contener el virus y cuidar la economía para que funcione cuando hayamos salido de esta situación.
Rodrigo Valdés