Sentir miedo es señal de salud y condición de supervivencia. Pero también los miedos deben sujetarse a la razón, no sea que por huir de un peligro grave caigamos en otro que puede llegar a ser peor. No solo de virus muere el hombre, también el hambre mata.
Como Ulises en la “Odisea”, hoy nos vemos enfrentados a una navegación dramática, que nos exige cruzar entre dos monstruos terribles, que esta vez no se llaman Escila y Caribdis, sino “coronavirus” y “recesión severa”.
El problema es que de tanto hablar, y con razón, contra el economicismo, hemos olvidado que vivimos en un mundo lleno de limitaciones. No consideramos que los chilenos en riesgo de perder sus trabajos y quedar debajo del límite de subsistencia son muchísimos más que aquellos que han estado en contacto con personas que han viajado a Europa o a China y han contraído el virus en cuestión.
Recuerdo con espanto esos años 1975 y 1976, cuando sonaba el timbre de mi casa y aparecía alguien que pedía comida. No eran pordioseros, sino simplemente personas que no tenían qué echarse al estómago. Uno preparaba rápido un pan con mortadela (era lo que comíamos entonces) y lo entregaba a esos compatriotas, que se iban agradecidos. Hoy nosotros creemos que lo “normal” es tener que cuidarnos por unos kilos de más, pero no es así. La prosperidad que hemos vivido en estas décadas no es la regla en la historia humana, sino una excepción.
Algunos chilenos podemos trabajar mejor en nuestras casas que en la oficina, pero somos una minoría muy privilegiada. La mayoría de nuestros conciudadanos necesita asistir físicamente a su lugar de trabajo; si no lo hace, la empresa quebrará y ya no necesitará ir nunca más, porque estará cesante, uno en una masa de personas que buscan trabajo.
Las crisis económicas pueden ser tan graves como las sanitarias. Esta es una verdad elemental, pero hoy parece de mal gusto recordarla, ¿por qué? Hay, al menos, tres razones. La primera consiste en que a nosotros, los influyentes, es más probable que nos mate un bicho a que no tengamos qué comer. Así, sin quererlo, preferimos nuestra seguridad, aunque eso signifique que en el corto o mediano plazo muchos chilenos quedarán en una situación angustiosa.
Lo dicho vale para el reciente acuerdo sobre las fechas del próximo plebiscito y elecciones, donde la variable económica no parece haber sido especialmente considerada. ¿A nadie se le ocurrió que quizá era necesario alterar radicalmente nuestros planes, porque implican millones de dólares que deberían aliviar a los más afectados por la crisis? Quizá sí, ¿pero quién se atreve a hablar de economía en este contexto? Sin embargo, ella es cruel y castiga especialmente a los menos favorecidos.
La segunda razón por la que huimos a toda carrera del monstruo del coronavirus y pedimos medidas draconianas (más reclusiones, bloqueos y cuarentenas), es porque somos cortoplacistas. Preferimos concentrarnos en el problema que tenemos enfrente y pensamos que, por alguna razón misteriosa, el ministro Briones resolverá los problemas de desempleo cuando se presenten.
La tercera razón de nuestra actitud es que en nuestra época se le teme a la muerte por sobre todas las cosas. Y como la ruina económica no trae muertes tangibles, al menos en el corto plazo, entonces estamos dispuestos a tomar medidas extremas con tal de alejar todo lo posible el monstruo del coronavirus, al costo que sea.
Hay, ciertamente, algunas figuras aisladas que tratan de poner un poco de sensatez en toda esta discusión (por ejemplo, John Ioannidis, un profesor de Epidemiología en Stanford). Pero se trata de voces que claman ante una audiencia que no quiere escucharlas. Sin embargo, hay que hacerlo. Cuando llegue alguien a nuestra puerta a pedir un poco de comida, no podremos darle alcohol gel y una mascarilla.