“El precio de la verdad” tiene su origen en un reportaje de 2016 que apareció en la edición dominical de The New York Times, su autor fue Nathaniel Rich y el título revelador ahorra comentarios: “El abogado que se convirtió en la peor pesadilla de Dupont”.
Dupont, una compañía fundada en Estados Unidos en 1802, es una de las mayores empresas químicas del mundo.
El abogado es Rob Bilott (Mark Ruffalo), ahora es 1998, se acaba de casar, tiene un hijo y una carrera de éxito que recién se corona con un ascenso en la firma Taft Stettinius & Hollister, una de las más prestigiosas y elegantes de Cincinnati.
Bilott no solo será abogado, sino, de ahora en adelante, también socio de la empresa dirigida por Tom Terp (Tim Robbins), quien aprecia las dotes de un hombre joven, trabajador y brillante.
Parkersburg es un pueblo pequeño y a tres horas de Cincinnati. Desde ese lugar de granjas y campo llegan dos hombres con vozarrón y acento campesino, uno de quienes, Wilbur Tennant (Bill Camp), le entrega al abogado un manojo de carpetas y media docena de videos.
Bilott defiende empresas y corporaciones, y un caso tan menor está fuera de su línea de acción, que por cierto no contempla como clientes a los granjeros altaneros e invasivos.
La razón de la visita es simple: Bilott, de niño, veraneaba en Parkersburg, donde aún vive su abuela, que fue quien lo recomendó y por eso un campesino desesperado acudió a la ciudad y pide ayuda, porque hay un vertedero en las proximidades de su casa, su ganado ha ido muriendo de a poco, la familia está enferma y a algunos vecinos, además, se les han teñido los dientes con un color tan negro como el carbón.
Esta es una película de denuncia contra una corporación a lo largo de casi 12 años, donde el abogado arriesga trabajo, familia y la historia deja en la nebulosa, pero por cierto insinúa, amenazas incomprobables.
“El precio de la verdad” va capítulo por capítulo, desde 1998 al 2001, y luego los años siguientes, y así se remonta hasta el 2012, para seguir los pasos de un caso judicial en el que, por un lado, están los experimentos, la indolencia y las metas que la empresa quiere cumplir, y por el otro, la fe y salud de los ciudadanos.
La película no se enmarca en el mejor cine de Todd Haynes, el director de “Lejos del cielo” (2002) y “Carol” (2015), siempre más conectado con los amores íntimos y ambiguos, donde el cariño y la pasión se ocultan y arrastran.
Acá los componentes son precisamente los opuestos, porque son públicos, notorios y basados en hechos reales. Está el oficio de contar una historia, pero también el tinte del trabajo por encargo, donde hay profesionalismo, pero no está ni por asomo el cine barroco, sufriente y sentimental.
Y para terminar y resumir no hay como un lugar común: la película es una versión de la lucha de David contra Goliat.
David, por lo general, solo gana en dos escenarios: en la Biblia y en el cine.
“Dark waters”. EE.UU., 2020. Director: Todd Haynes. Con: Mark Ruffalo, Tim Robbins, Anne Hathaway. 126 minutos. TE+7. En cines.