Las personas que en estos meses se han reunido con Sebastián Piñera coinciden en una cosa: aquí no nos hallamos en presencia del Zar en el período de la Revolución Rusa. La suya no es una figura ausente, alguien que ignora los acontecimientos y se refugia en su mundo de fantasía. El Presidente está perfectamente informado de cada dato y ha evaluado una y mil veces los diversos cursos posibles de acción. Conoce los resultados de cada encuesta y focus group y ha escuchado los pareceres de numerosos analistas. Además, su apariencia externa es la de un hombre activo y en ningún caso parece abatido por las enormes dificultades que enfrenta.
¿Por qué, entonces, la desaprobación ciudadana a su gestión, que incluye a un gran porcentaje de sus propios votantes? ¿Cómo explicar sus acciones y omisiones? Naturalmente no resulta posible adentrarse en esa mente que funciona a toda velocidad, con lógicas que muchas veces son inaccesibles; pero hay algunas pistas disponibles que quizá permitan explicar parte de su comportamiento sin hacer ejercicios de fantasía. Ellas se encuentran en su trayectoria biográfica anterior.
Un ADN democratacristiano
La primera señal es que la derecha volvió al poder en 2010 y 2018 conducida por alguien cuyo ADN es fundamentalmente democratacristiano. Probablemente respeta a Jorge Alessandri, si bien su admiración está con Frei Montalva y Aylwin. Esto lo sabíamos los que votamos por él en ambas ocasiones. Por tanto, no finjamos sorpresas cuando actúa de acuerdo con esa carga genética, con todo lo bueno y lo malo que ella conlleva.
La segunda pista se vincula a la anterior. Todo su proyecto político ha consistido en el intento por articular una “centroderecha” (ese es el nombre que prefiere, y esa elección lingüística no es casual) que no esté lastrada por el pasado, concretamente con la experiencia de 1973-1990. Yo no sé si cuando duerme Sebastián Piñera sufre pesadillas, pero la peor de ellas sería, en su caso, ver sus manos manchadas con sangre. Es decir, que se lo pudiera acusar –como pretende la izquierda radical– de violaciones a los derechos humanos. Sin este presupuesto resulta imposible entender su conducta en materia de orden público.
Detrás de su comportamiento hay un dato muy real: la experiencia muestra que, en el planeta Tierra, ante las revueltas sociales graves no resulta posible reinstaurar el orden público en el momento oportuno, en este caso el 18 y 19 de octubre, sin que se produzcan consecuencias muy graves, con independencia de que ellas no sean buscadas directamente por la autoridad. Y nadie, ni en el oficialismo ni en la oposición, quiere cargar con esas responsabilidades. No obstante, esta pasividad no es inocua y tiene graves consecuencias para el país.
El ADN democratacristiano y el deseo de promover una derecha “buena” explican también el modo en que La Moneda abordó el Acuerdo Constitucional. Ciertamente una parte de la derecha entró en pánico el pasado 15 de noviembre e hizo muchas más concesiones de las imprescindibles, pero también resulta claro que si él hubiera detenido a las víctimas de ese ataque de histeria y apoyado más claramente a quienes mantenían la cabeza fría, el acuerdo podría haber sido otro, aunque los riesgos no hubiesen sido pequeños.
Por razones biográficas y atendida la situación, el Presidente privilegió la lógica de “derecha buena” y, si reparamos en su propio discurso, pensó que se abría paso para la formación de un nuevo Chile. En los meses posteriores ha insistido en esta lógica, a pesar del comportamiento de la oposición, e incluso ha exigido de sus ministros la más completa neutralidad en estas materias.
En este tiempo, el Presidente ha esperado contar con una actitud mínimamente responsable de la oposición. Sin embargo, la izquierda parece estar cómoda en un escenario de polarización, que le permite atacar al Presidente y disimular su incapacidad de formular un proyecto para Chile. Si bien en un esquema racional la oposición moderada debería haberle prestado apoyo, porque esta crisis afecta a la entera democracia representativa, las esperanzas presidenciales se han visto defraudadas.
Otro factor relevante es su preocupación por la unidad de su coalición, que tanto costó conseguir. Quienes recordamos las interminables disputas al interior de la derecha, no podemos desconocer el mérito de Sebastián Piñera en la articulación de Chile Vamos, una coalición diversa y ordenada hasta hace unos meses. El esfuerzo para conseguir esa unidad fue enorme y por eso no ha estado dispuesto a hacer nada que pueda resquebrajarla, aunque esto implique aparecer como indefinido.
Los nervios de acero no bastan
La lógica de entendimiento y su estilo de trabajo explican su último cambio ministerial. Él podría haber elegido un team of rivals, como Lincoln: haber puesto a marineros curtidos, acostumbrados a navegar en medio de la tempestad. Eligió, en cambio, poner en su equipo político a personas valiosas, de su entera confianza, pero cuyo perfil es ideal para una travesía por aguas tranquilas. Probablemente albergaba la esperanza de que esos gestos de paz iban a ser correspondidos por la oposición, como manifestaciones de buena voluntad, para instaurar una lógica del diálogo, aislar la violencia y construir entendimientos. Como muchos, él pensó que era prioritario calmar a la oposición, cuando el enemigo era otro.
Lamentablemente, esa oposición constructiva ya casi no existe, porque la izquierda y la centroizquierda parecen pensar que los acuerdos sociales y de orden público benefician al gobierno. Así Piñera se fue quedando casi solo. No cuenta con el Legislativo para enfrentar una de las más graves crisis de nuestra historia y en las propias filas de la derecha ha cundido la desorientación, pues muchos parlamentarios parecen haber estado en una competencia por quién adopta actitudes más demagógicas, para ganar la benevolencia de la izquierda más radical.
Ahora bien, no solo su proyecto político nos da pistas sobre su actuación en esta crisis, también está su historia como empresario. Aquí, un rasgo evidente es su constante preocupación por tener las cuentas en orden, con toda razón. Para él sería terrible dejar un país lleno de deudas. De ahí que haya hecho esfuerzos ímprobos para cuadrar el círculo y conseguir que el necesario gasto social que impone la crisis no hipoteque el futuro económico de la nación.
En esta materia, tampoco ayudó la oposición, ni su propio carácter, porque el Presidente debería haber abierto la billetera a cambio de que la centroizquierda tuviera un determinado comportamiento. Pero realizó esas reformas sin exigir nada a cambio. No presentó esas medidas como el fruto de un acuerdo donde la oposición se podría haber adjudicado un triunfo (y él una derrota parcial), sino por propia iniciativa, lo que les restó eficacia.
Finalmente, quienes conocieron al Piñera empresario destacan sus nervios de acero y su habilidad negociadora. Él era capaz de estirar las cosas al máximo: cuando el buque empezaba a irse a pique, el adversario cedía y él obtenía una ganancia adicional. Todos señalan que solo toma decisiones cuando cuenta con la totalidad de los datos. Desgraciadamente esa habilidad, tan útil en materia económica, es fatal para la política, en especial si se mezcla con un modo de valorar las lealtades y amistades que es propia del ámbito privado. En política nunca se puede decidir con todos los datos. Las demoras resultan fatales, porque la realidad política no es algo estático, sino que resulta influida por los propios actos de quien tiene el poder. ¿Cuántas veces se le dijo, en este gobierno y en el anterior, que cambiara un ministro que podía ser muy leal e inteligente pero ya no era la persona adecuada para ese momento? Esa tendencia a esperar hasta el último instante le ha jugado y le juega en contra.
El ”error trágico”
Finalmente, está su sentido de responsabilidad, que lo lleva a una omnipresencia. Otra actitud sería, para él, una frivolidad. Muchos analistas le han aconsejado que pase a un segundo plano, que actúe más como jefe de Estado que como jefe de Gobierno. Sin embargo, a Piñera le parece indigno esconderse y por eso, en los momentos de mayor crisis, da la cara una y otra vez. Sin embargo, nada menos que Ronald Reagan decía: “Rodéate de la mejor gente que puedas encontrar, delega la autoridad, y no interfieras”. No tenerlo en cuenta lleva a multiplicar la posibilidad de equivocarse.
En todos estos casos vemos cómo sus propias cualidades muchas veces le juegan en contra y producen una serie de tensiones que son difíciles de administrar. Ya Aristóteles nos advertía en su Poética sobre el “error trágico”, que es aquel que comete no un malvado o un tonto, sino un individuo que es más inteligente y mejor que nosotros en muchos sentidos. Esas características personales de Sebastián Piñera, sumadas a una cadena de eventos infaustos, llevan a que se produzcan constantes resultados negativos para el país, que ninguno desea. A todo lo anterior se suma una verdadera pulsión por ser querido, cuando la gente vota por él por otro tipo de razones, lo que produce permanentes desencuentros entre él y sus electores.
Afortunadamente, en la vida real, las personas no se comportan según la necesidad que un destino inexorable impone a los personajes trágicos. En nuestro mundo la gente puede cambiar, enmendar rumbos y sacar partido de sus virtudes e incluso de sus defectos. Esta historia aún no ha terminado y en ella Sebastián Piñera tiene un papel muy relevante que desempeñar, a pesar que eso exija algunas habilidades que todavía debe aprender a ejercitar