Para los amantes de algunos sabores distintos, he allí la calle Río de Janeiro en Patronato. Entre coreanos —Oiso, Bunsik, Hansoban y ManNa— y unos cuantos árabes —Sherezade, con sus mesas en la calle— acaba de aparecer un sitio que ofrece cocina fusión: Wok a Holic. Con poco tiempo abierto, sería oportuno que consideren algunas observaciones, antes de lanzarse a la tan ambiciosa misión de ofrecer distintas cocinas del mundo en un solo lugar. El resultado tiene algunas confusiones de base que ojalá corrijan.
Para partir, empanaditas coreanas, mandú ($4.500), rellenas con carne y verduras, de masa fina, impecables. Lo mismo que una comida callejera de la misma cocina, ofrecida en la carta como tok ko chi (escrito correctamente sería tteok kochi, a $3.990), que son pinchos con masas de harina de arroz con una salsa agridulce-picante y maní molido. Nuevamente impecable en materia de entrantes, hasta la llegada de unas frituras de verdura que se suponía eran tempura ($4.500), pero no. Si quieren ofrecer un plato japonés, estudien por favor. Porque no estaban malas, pero tempura no era. Tampoco venía su salsa pertinente.
Luego fue el turno de los fondos. Para seguir probando la diversidad, se escogió un poke hawaiano ($6.990), que en esta versión fue un abundante bol de diversos vegetales, con dados de salmón crudo en su centro. Aparte de la feliz combinación y variedad de los verdes —una verdadera ordalía de hojitas—, hay que consignar que la proporción de la proteína animal fue un poquito escasa. Y que el aliño, que es una de las singularidades de esta preparación, en este caso no lucía rotundamente, como debe ser.
El otro plato exhibía una singularidad de otro tipo de fusión: el acompañamiento era de arroz con papas fritas (rústicas), algo que los restaurantes chinos chilenos han hecho suyo en materia de venta de colaciones (y adiós dieta y de vuelta a la polera). En este caso la proteína principal era pollo kung pao ($5.990), una adaptación de la cocina china que se ha hecho en extremo popular en Estados Unidos, con harto pimentón, maní y salsa agridulce. Y picante, se supone, que se pidió en su grado máximo, pero nada de nada. Era dulcecito no más. Y hay que destacar el hecho que el plumífero estaba hecho en su punto, perfecto, sin sequedad.
Entonces, ojalá afinen la puntería y no disparen a la bandada. Porque el lugar es sencillo, está bien armado, la atención es gentil y la cocina sólo se pierde cuando falla el mapa.
Río de Janeiro 270, Santiago.