En la literatura, el guion de la tragedia suele seguir una estructura narrativa de cinco “Fases” (Booker). Todo parte con un protagonista que se siente algo insatisfecho, y se ve entonces tentado por una experiencia totalmente “nueva” que promete cambiar radicalmente su estado: es la fase de “Anticipación”. Los ejemplos son ubicuos: A Ícaro y su padre, retenidos en Creta por el rey Minos, los tienta la posibilidad de fugarse volando; al Macbeth de Shakespeare lo tienta una profecía que le augura que será rey; a don José de Bizet, encargado de custodiar a Carmen, su prisionera, lo tienta la lujuria; etc. Le sigue la fase del “Sueño”: los primeros pasos por la novedosa experiencia son especialmente gratificantes: Ícaro vuela por los aires, Macbeth mata al rey logrando sucederle y don José huye con Carmen por los caminos del deseo venéreo. Pero a poco andar, algunas cosas no empiezan a ir del todo bien y ello motiva al héroe a adoptar acciones más temerarias, profundizando sus problemas: es la fase de “Frustración”. Eventualmente, los acontecimientos comienzan a mandarse por sí solos, se pierde el control y no hay cómo volver atrás: entramos entonces a la “Pesadilla”. Finalmente, como en buena tragedia, las cosas terminan en “Destrucción”: Ícaro se precipita al mar, a Macbeth lo matan, don José mata a Carmen; desastre total, fin de la historia.
Similar estructura parece aplicarse a procesos sociales, y muy particularmente a las experiencias populistas en América Latina. En el estudio de Dornbusch y Edwards, los autores identifican también “Fases”, que bien miradas parecen sacadas de la estructura literaria de la tragedia. Se parte con una sociedad descontenta que se ve de pronto tentada por una novedosa promesa de un futuro económico mejor (“Anticipación”). Le sigue una etapa de bonanza —la economía crece y se redistribuye el ingreso— (“Sueño”), para continuar luego con ciertas complicaciones —cuellos de botella, escasez de divisas, inflación— (“Frustración”), que se hacen cada vez mayores, culminando en crisis económica desatada (“Pesadilla”), la que obliga finalmente a llamar al FMI, el que impone un ajuste draconiano a la economía (“Destrucción”); desastre total, fin de la historia.
El paralelismo entre el derrotero del populismo y la narrativa de la tragedia resulta al menos llamativo. La clave parece estar en el punto de partida, “la Anticipación”. Se trata de una vivencia profundamente humana: la mágica creencia de que existe un camino “nuevo” que promete una gratificación nunca antes soñada; qué más humano que eso. Tragedia y populismo arrancan así de un punto común: sus protagonistas ignoran ciertas restricciones esenciales de la realidad. En la Ópera Carmen, Don José ignora las sanciones sociales; en el mito de Ícaro, este ignora su condición humana, etc. En el populismo, que viene a ser una tragedia real, los políticos ignoran las restricciones económicas: el principio de escasez y la dinámica propia de los mercados, entre otras.
El lector avezado ya sabrá hacia dónde voy. En medio del estallido social, a falta de liderazgo efectivo y soluciones pragmáticas, los políticos entraron, literariamente hablando, en una fase de “Anticipación”. Se vieron tentados por una solución novedosa que lo prometía todo: una nueva Constitución que traería paz y progreso. En este ambiente, el 13 de noviembre el senador Girardi llamaba a terminar con la Constitución actual, “que no reconoce el derecho a la salud, educación… seguridad social…”. Poco importa observar que salud, educación y seguridad social, lejos de poder ampararse con un texto constitucional, precisan en cambio de crecimiento económico y recaudación fiscal, porque en el guion del senador, por literario y populista, las restricciones no cuentan. Esta fase culminó la madrugada del 15 de noviembre, con el Acuerdo por la Paz Social y una Nueva Constitución, que trazaba un derrotero para elaborar una nueva Constitución. Se enarbolaba así una “página en blanco” para resolver tanto el estallido social como otros problemas de más larga data. Un gran telón blanco —como si fuera una gran “página en blanco”— cubría la Plaza Baquedano al amanecer del mismo día. La imagen, rayana en lo onírico, indicaba algo teatralmente que el país pasaba de la fase de “Anticipación” a la de “Sueño”. Guion perfecto.
Pero el “Sueño” fue más bien breve. A corto andar hemos entrado en la fase de “Frustración”. El Acuerdo por la Paz parece haber traído todo menos paz —basta ver lo que pasó con la PSU— y en ningún caso ha generado la credibilidad institucional mínima para asegurar estabilidad política y social. De seguirse cumpliendo el guion literario- populista, en abril bien podría comenzar la “Pesadilla”, para culminar en algún momento futuro con la “Destrucción”…
No hay forma más trágica de errar que la profecía. Está en nosotros sortear exitosamente el guion algo temerario que hemos comenzado a escribir. Hay mucho por mejorar y reformar, incluso, quizá, en la propia Constitución. Pero lo que nuestro país ha avanzado en treinta años, un enorme salto a la modernidad por cualquier vara que se le mida, no puede tirarse por la borda. Chile precisa hoy evolución, no revolución. En otras palabras, más realismo y menos literatura.