Creemos y confesamos que la mejor cocina es la hecha por la nonna, o la mamá, que se hace hogareñamente, para la familia. Y también que las piruetas técnicas y pseudo-científicas producen una cocina absurda, ridícula, destinada a ser aventada con la próxima moda (lo cual no significa despreciar la técnica en la cocina, como el sabio uso del fuego, o la concentración de sabores y aromas en caldos, cosas que, con muchas otras, son parte del saber culinario universal).
Sin embargo, hay cocina no preparada por la mamma sino por desconocidos que trabajan en grande o mediana escala, incluso por industrias, que resulta muy satisfactoria, apegada a antiguas sabidurías, cuidadosa, higiénica, confiable. Rica.
Lo que comimos en el café-bistró-pastelería Millefleur fue así, rico. Sin pretensiones de “cocina de casa” ni de “alta cocina”. Pero rica, en general bien hecha, servida amablemente en un lugar que cumple con todas las exigencias de la estética actual: muebles, colores, lámparas; realmente muy bonito.
Partimos con un excepcional dúo de salmón ahumado ($11.500), compuesto de un tártaro absolutamente perfecto en tamaño, aliños, textura, y de unas rebanadas de salmón puestas encima. ¡Qué modo estupendo de comenzar una comida, aunque alza la vara peligrosamente para cualquier cosa que venga a continuación! Y, claro, lo que siguió no pudo llegar a esa altura: un garrón de cordero con puré de camotes ($12.900), cuyo puré resultó demasiado sedoso y sobado, excesivamente dulzón. El cordero nos llegó frío al centro —buena información sobre cómo funciona la cocina en estos lugares—, pero nos fue calentado al punto correcto. Venían también, de escolta, un par de tomatitos innecesarios. Más por el color y adorno que por exigencia del plato.
Probamos, además, atraídos por la novedad, una quiche de espinaca ($7.200) que traía puesto encima un huevo frito, y una buena ensalada de lechuga al lado. Claro: el huevo frito es para enriquecer la quiche que, por su tamaño, está pensada para plato único. Estupenda la quiche, hecha con masa de hojaldre sin reproche alguno. Y lo del huevo es enternecedor, y recuerda a esas madres que, ante la ausencia de carne en un guiso, creen hacerlo realmente alimenticio agregándole el huevito… (una depravación de esto es, por cierto, el agregado de un huevo frito al charquicán, única forma en que lo conocen las generaciones actuales, ignorantes de lo que son las cosas auténticas).
Como el lugar ofrece muchos sándwiches, pedimos uno de atún fresco ($9.800): una maravilla, hecho en pan italiano calientito, bien crujidor, con tomate, salsa de pimientos rojos, un toque de pesto, cebolla, etc. Grande y delicioso.
De postre, catamos la pastelería: una porción de macarrones sin tacha y muy frescos ($1.450) y una tarta de frambuesa y mora sin ninguna de las dos cosas, aunque de meritoria masa ($1.600).
Digno de visitarse. Cervezas, vinos, champán. Cocina cierra demasiado temprano (21 hrs.).
Nueva Costanera 3900, local 40, Vitacura.